(o de cómo un sábado me pegó "la reflexiva")
1. No puedo despegarme de mis experiencias personales. Este sea, tal vez, el problema mas grande que tengo cuando me siento a escribir ficción. No puedo arrancar de cero, no me sale "inventar" una historia desde el vamos. Me siento mas cómoda manipulando los hechos que viví yo o alguien cercano a mi. Necesito un punto de partida. No sería tan grave, si no fuera porque después, cuando alguien me critica, me escudo detrás de un "así fue como pasó", cuando es sabido que la realidad siempre supera a la ficción, y que el cuento es en sí mismo. La verosimilitud no tiene que ver con la realidad, y es algo que repito sin cesar pero olvido cada vez que empiezo un nuevo párrafo.
2. Me enamoro de mis personajes. Así como no puedo inventar una historia desde cero, sí puedo inventar personajes. Lo hago todo el tiempo. El colectivo es uno de mis lugares preferidos. No me interesan tanto las biografías de mis personajes, sino sus particularidades cotidianas. Me encanta saber de ellos: si toman té o café, si visten polleras tableadas o pantalones pinzados, si tienen mascotas, en caso de tenerlas si prefieren los gatos o los perros. Me gusta imaginar qué hay en su heladera, cómo es la relación con sus padres, si hablan por teléfono, o si hablan en el ascensor con los desconocidos. Me pregunto, siempre: ¿Qué respondería equis al clásico "¿Cómo andan tus cosas?"? Después de saber qué comen, cómo visten, de qué hablan y qué miran en televisión, ahí recién me enamoro de ellos. Incluso de los mas patéticos, de aquellos que miran la repetición de Nano en el canal Volver. Y cuando empiezo a adorarlos es cuando se complica. No puedo pensar en ellos en términos ficcionales y siempre, pero siempre, termino pensando qué pensará el señor del colectivo que se transformó en un Omar que se levanta a las cinco de la mañana, toma mate en un, valga la redundancia, mate de metal, directamente de la pava. Qué pensará si se sabe protagonista de un cuneto mio en el que su mujer falleció, sus hijos no le hablan y su única meta es ganarse el Loto. ¿Le gustará?
3. Me gustan los finales felices. La vida es deprimente solita, y no hace falta que le sigamos metiendo fichas melancólicas. Estoy cansada de ver películas llenas de golpes bajos y de leer finales absurdamente bajoneros. Y, claramente, se convierte en un problema porque ante cualquier cuento mio, la frase "vivieron felices y comieron perdices" se adecúa a la perfección. No está bien. No estoy bien.
4. Se me ocurren pelotudeces. Por ejemplo: empecé a escribir un cuento sobre una Paula (adoro a Paula. Paula tiene 40 años, trabaja hace 15 en una fábrica de plástico, desayuna un té negro con tres galletitas de agua y antes de salir de su casa revisa que la llave de gas esté cerrada, al igual que las ventanas). La cosa es que esta Paula un día entra en un cortocircuito feroz, y decide hacer cambios radicales en su vida: remolonea en la cama, se toma un café y charla con sus compañeros de oficina. La escena que mas me gusta de lo que tengo escrito dice:
A pesar de haberlo intentado, sentía que sus cambios no habían sido suficientes, el vacío que había empezado a sentir la noche anterior todavía estaba ahí, presente, ejerciendo una presión sobre su pecho que la hacía respirar con dificultad. No se le ocurría qué más podía hacer con su vida. Estaba empezando a considerar la propuesta de su amiga Elisa de ir a un encuentro de solos y solas, hasta que lo vio. Dentro del negocio, él caminaba lento, pavoneándose, abriendo y cerrando los ojos con tranquilidad. Paula quedó omnubilada. Pasó algunos segundos mirándolo fijamente, y supo que ese era el cambio radical que necesitaba en su vida. Entró, decidida, y alzó la voz para que todos escucharan: “Quiero llevarme ese gato”.
¿Viste? Es una estupidez. Después vienen bullshit bullshit bullshit, hasta que la pobre Paula tiene que quedarse encerrada en la habitación porque se le llena la casa de gatos malignos que la atacan sin parar.
5. Pienso demasiado. Una cosa es escribir acá o en Origen Ramero. Son pequeñeces, no tienen estructura, ni conflicto ni nada que se le parezca. Casi no las pienso, mucho menos la reviso. Me siento, demoro como mucho diez minutos y ya, tengo un post nuevo. Pero al momento de sentarme a escribir algo ficcional, otro es el cantar. Enumero lo que pienso: conflicto, ritmo, personajes, expresiones, comparaciones, escenas, secuencias, backstory, extensión, voz, primera persona, presente, pasado, con diálogos, sin diálogos. Es desgastante. Pensar eso me consume tanto que el cuento, por así decirlo, queda olvidado. Cuando encuentro los personajes me olvido del conflicto, cuando resuelvo el conflicto se vuelve inverosímil, cuando lo hago en primera persona me parece que estoy hablando desde mi voz, cuando lo hago en tercera siento que debo hacerlo en pasado. Entonces me agarra una tremenda tara mental, me olvido de qué escribía, sobre quién, y por qué. Es en ese momento cuando me doy cuenta que no estoy disfrutando un carajo el acto de escribir y cierro el documento. Adiós muchacho, adiós Omar, goodbye Paula, si te he visto no me acuerdo.
7. Me da pena terminar mis cuentos, y también me apena no terminarlos. El cariño que le tomo a mis personajes es fatal, al punto tal que no me gusta terminar sus historias. No quiero ver a Paula encerrada en su habitación, ni quiero a Francisca muerta, no quiero que al fletero le rompan el corazón. Pero tampoco quiero que sus historias queden guardadas en algún documento, perdidos en mi compu (aka Rosaura). Es una contradicción, ya lo sé, pero supongo que es parte del problema a resolver.
Dicen que el primer paso para lidiar con un problema es reconocerlo, analizarlo, saber cuáles son sus variables y bla bla bla. Bueno, de un tiempo a esta parte yo no me he sentido capaz de escribir una ficción por estos problemas que enumero. Y me duele en el corazón, me genera un conflicto interno, que todavía no sé si relatar en primera persona del presente o en segunda del pasado.
1. No puedo despegarme de mis experiencias personales. Este sea, tal vez, el problema mas grande que tengo cuando me siento a escribir ficción. No puedo arrancar de cero, no me sale "inventar" una historia desde el vamos. Me siento mas cómoda manipulando los hechos que viví yo o alguien cercano a mi. Necesito un punto de partida. No sería tan grave, si no fuera porque después, cuando alguien me critica, me escudo detrás de un "así fue como pasó", cuando es sabido que la realidad siempre supera a la ficción, y que el cuento es en sí mismo. La verosimilitud no tiene que ver con la realidad, y es algo que repito sin cesar pero olvido cada vez que empiezo un nuevo párrafo.
2. Me enamoro de mis personajes. Así como no puedo inventar una historia desde cero, sí puedo inventar personajes. Lo hago todo el tiempo. El colectivo es uno de mis lugares preferidos. No me interesan tanto las biografías de mis personajes, sino sus particularidades cotidianas. Me encanta saber de ellos: si toman té o café, si visten polleras tableadas o pantalones pinzados, si tienen mascotas, en caso de tenerlas si prefieren los gatos o los perros. Me gusta imaginar qué hay en su heladera, cómo es la relación con sus padres, si hablan por teléfono, o si hablan en el ascensor con los desconocidos. Me pregunto, siempre: ¿Qué respondería equis al clásico "¿Cómo andan tus cosas?"? Después de saber qué comen, cómo visten, de qué hablan y qué miran en televisión, ahí recién me enamoro de ellos. Incluso de los mas patéticos, de aquellos que miran la repetición de Nano en el canal Volver. Y cuando empiezo a adorarlos es cuando se complica. No puedo pensar en ellos en términos ficcionales y siempre, pero siempre, termino pensando qué pensará el señor del colectivo que se transformó en un Omar que se levanta a las cinco de la mañana, toma mate en un, valga la redundancia, mate de metal, directamente de la pava. Qué pensará si se sabe protagonista de un cuneto mio en el que su mujer falleció, sus hijos no le hablan y su única meta es ganarse el Loto. ¿Le gustará?
3. Me gustan los finales felices. La vida es deprimente solita, y no hace falta que le sigamos metiendo fichas melancólicas. Estoy cansada de ver películas llenas de golpes bajos y de leer finales absurdamente bajoneros. Y, claramente, se convierte en un problema porque ante cualquier cuento mio, la frase "vivieron felices y comieron perdices" se adecúa a la perfección. No está bien. No estoy bien.
4. Se me ocurren pelotudeces. Por ejemplo: empecé a escribir un cuento sobre una Paula (adoro a Paula. Paula tiene 40 años, trabaja hace 15 en una fábrica de plástico, desayuna un té negro con tres galletitas de agua y antes de salir de su casa revisa que la llave de gas esté cerrada, al igual que las ventanas). La cosa es que esta Paula un día entra en un cortocircuito feroz, y decide hacer cambios radicales en su vida: remolonea en la cama, se toma un café y charla con sus compañeros de oficina. La escena que mas me gusta de lo que tengo escrito dice:
A pesar de haberlo intentado, sentía que sus cambios no habían sido suficientes, el vacío que había empezado a sentir la noche anterior todavía estaba ahí, presente, ejerciendo una presión sobre su pecho que la hacía respirar con dificultad. No se le ocurría qué más podía hacer con su vida. Estaba empezando a considerar la propuesta de su amiga Elisa de ir a un encuentro de solos y solas, hasta que lo vio. Dentro del negocio, él caminaba lento, pavoneándose, abriendo y cerrando los ojos con tranquilidad. Paula quedó omnubilada. Pasó algunos segundos mirándolo fijamente, y supo que ese era el cambio radical que necesitaba en su vida. Entró, decidida, y alzó la voz para que todos escucharan: “Quiero llevarme ese gato”.
¿Viste? Es una estupidez. Después vienen bullshit bullshit bullshit, hasta que la pobre Paula tiene que quedarse encerrada en la habitación porque se le llena la casa de gatos malignos que la atacan sin parar.
5. Pienso demasiado. Una cosa es escribir acá o en Origen Ramero. Son pequeñeces, no tienen estructura, ni conflicto ni nada que se le parezca. Casi no las pienso, mucho menos la reviso. Me siento, demoro como mucho diez minutos y ya, tengo un post nuevo. Pero al momento de sentarme a escribir algo ficcional, otro es el cantar. Enumero lo que pienso: conflicto, ritmo, personajes, expresiones, comparaciones, escenas, secuencias, backstory, extensión, voz, primera persona, presente, pasado, con diálogos, sin diálogos. Es desgastante. Pensar eso me consume tanto que el cuento, por así decirlo, queda olvidado. Cuando encuentro los personajes me olvido del conflicto, cuando resuelvo el conflicto se vuelve inverosímil, cuando lo hago en primera persona me parece que estoy hablando desde mi voz, cuando lo hago en tercera siento que debo hacerlo en pasado. Entonces me agarra una tremenda tara mental, me olvido de qué escribía, sobre quién, y por qué. Es en ese momento cuando me doy cuenta que no estoy disfrutando un carajo el acto de escribir y cierro el documento. Adiós muchacho, adiós Omar, goodbye Paula, si te he visto no me acuerdo.
7. Me da pena terminar mis cuentos, y también me apena no terminarlos. El cariño que le tomo a mis personajes es fatal, al punto tal que no me gusta terminar sus historias. No quiero ver a Paula encerrada en su habitación, ni quiero a Francisca muerta, no quiero que al fletero le rompan el corazón. Pero tampoco quiero que sus historias queden guardadas en algún documento, perdidos en mi compu (aka Rosaura). Es una contradicción, ya lo sé, pero supongo que es parte del problema a resolver.
Dicen que el primer paso para lidiar con un problema es reconocerlo, analizarlo, saber cuáles son sus variables y bla bla bla. Bueno, de un tiempo a esta parte yo no me he sentido capaz de escribir una ficción por estos problemas que enumero. Y me duele en el corazón, me genera un conflicto interno, que todavía no sé si relatar en primera persona del presente o en segunda del pasado.
2 comentarios:
Podría jurar que conozco a tu Paula en vivo y en directo. Es rubia y vive en Belgrano.
Muy buenas confesiones. Me encantó leerlas, Ramer. Yo tenía una obrucha de teatro, iba más o menos en 50% y no podía seguir. No sabía como desenredar la madeja. Un día se me perdió el pendrive, y se solucionó todo. ¡No backups!
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