miércoles, 28 de noviembre de 2012

Desayuno con frutillas

En la casa de mis papás no había postrecitos, ni yogures ni cereales.
Yo iba a la casa de mis amigos y envidiaba sus heladeras llenas de Serenitos y sus cajas de Kellogg's y envidiaba profundamente que los postres fueran postres: tortas, golosinas, turrones, cosas ricas; y no bananas, naranjas, manzanas. La fruta no es un postre.
Yo lamento informarle a los padres progres que alimentan a sus hijos de la manera más correcta y balanceada y nutritiva que después los hijos nos babeamos por los alfajores que tienen nuestros amigos en el desayuno. Babeamos por los panchos de las casas de otros. Babeamos por los paquetes de papas fritas y babeamos por las interminables botellas de Coca Cola. Y no se dejen engañar con eso de que sus hijos aman las naranjas: las amamos para que ustedes no nos rompan las pelotas y en cuanto tenemos veinticinco centavos (en mi época eran veinticinco centavos) corremos por un Guaymallén aunque sea de cera y dulce de leche duro. Después los hijos crecemos y queremos ser sanos y volvemos a la naranja y lo demás, pero en la infancia es otra cosa. En la infancia babeamos por lo que no podemos comer en casa, por lo que no tenemos en casa: pueden ser cereales de primera marca o pan lactal o yogures saborizados.
En la infancia yo miraba los comerciales de los All Bran y los comerciales siempre tenían una familia hermosa y sonriente que desayunaba en familia todos los días. Una familia perfecta con un cuenquito lleno de cereales a los que le echaban en una perfecta cámara lenta una perfecta leche nutritiva y unos perfectos pedazos de frutillas. Ay, cómo me babeaba pensando en lo millonario y perfecto que uno debía ser para desayunar cereales con frutillas y me preguntaba si alguna vez lo lograría: en mi casa las frutillas eran postre y nada más que postre, desayunar en familia era casi utópico y que haya una caja de cereales All Bran en una familia de cinco era imposible.
Hoy a la mañana a mi yogur natural le eché un chorro de miel y arriba de eso unos cereales de avena y miel y arriba de eso, en la cima del desayuno, cumpliendo el sueño de toda mi infancia, le rebané unas frutillas.

jueves, 22 de noviembre de 2012

A veces veo viejecitos con accesorios muy de moda: collares de colores o anteojos excéntricos o vinchas con moñitos. Algunos también usan esas prendas que trasladan el accesorio a la ropa en sí: una remera con brillitos pegados, con apliques, con cintitas. Siempre les queda raro y algunas veces hasta ridículo. Se nota que no lo han elegido ellos y en el noventa por ciento de los casos puedo asegurar que fueron sus nietos, que les regalaron eso para perpetuarlos en la juventud y no pensar nunca en la posible muerte de sus queridos abuelos. Les regalaron unos anteojos muy extraños que usaría un chico en la Creamfields y al ver al abuelo con eso le dijeron "Qué lindo y canchero te queda, abuelo, parecés de veinte".

domingo, 4 de noviembre de 2012

Con la excusa de la comida / Día 3

La nostalgia está muy de moda. La nostalgia en forma de música del pasado, películas del pasado, ropa vintage, decoración vintage, ahora todas queremos saber cocinar y también coser y algunas bordar y  estamos a un año de nostalgia de querer abrir la puerta para ir a jugar. Vuelven las golosinas de antes, los bigotes de antes, los estampados tropicales de antes, las comidas de antes. El sábado rendí honores a las milanesas de mi vieja y los ñoquis caseros de papa.

Voy a caer en el lugar común que reza mi vieja hace las mejores milanesas de universo. Mientras almuerzo las milanesas fritas me preguntan por qué agarro un trabajo que no necesito y encima tan lejos y cuando explico que es una semana y que Uruguay está acá nomás, más cerca de lo que creemos, me contestan por qué agarrás un trabajo que no necesitás y encima tan lejos. Pero la pregunta me queda ahí, rebotando, y todavía está ahí hoy, como si fuera una comida que me cayó mal.
En la casa de mi mamá las ensaladas son básicas: lechuga, tomate. En la casa de mi mamá las cosas son básicas: no viajes sola, no vivas sola, no comas sola. En la casa de mi mamá los helados vienen en caja y se sirven en plato y el pan siempre es de ayer. En la casa de mi mamá no hay nostalgia porque el pasado es algo que tratamos de no recordar cuando estamos todos almorzando.

¡Qué noble el ñoqui! Verano o invierno, con una salsita de tomates medio tranqui o un pesto de media cabeza de ajo, con aceite y queso, de papa, batata, remolacha, ricota, el ñoqui no falla. Los primeros ñoquis que armé con estas manitos que tengo yo fueron a partir de una premezcla de una harina y eran duros como una roca y como una roca caían al fondo del estómago y te dejaban de cama hasta pasado mañana. Después me arriesgué y amasé unos de batata a los que olvidé ponerles sal y a los que quise saltear en aceite de olvida y ajo sin tener en cuenta que cada vez que salpicaba una gotita de agua de cocción en el aceite caliente, el aceite saltaba y me salpicaba los brazos, me quemaba yo, se quemaba el ajo que quedaba oscuro y amargo e igualmente: mucho queso y adentro. Después me perfeccioné: soy la reina del ñoqui (soy la reina de la harina).

Cada vez que como alguna comida preferida de la infancia pienso qué hubiera pasado si mi infancia hubiera sido diferente. Qué hubiera pasado si mi mamá no hubiera sido tan controladora o qué hubiera pasado si me animaba a estudiar actuación o qué hubiera pasado si nunca me cambiaba de un colegio estatal a uno privado.

En Montevideo se respira nostalgia por todos lados. Hay una mezcla de abandono y melancolía, de tristezas, sonrisas amargas, gente mirando el horizonte. En Montevideo todos recuerdan qué hacían hace treinta años y lo recuerdan con lujo de detalles. En Montevideo hablan de cuentos para referirse a algunas anécdotas, toman whisky antes de la cena, comparten más de lo que tienen y son todos, profunda y serenamente, muy felices.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Con la excusa de la comida / Día 2

Colaciones.
Me había olvidado que las galletitas Lincoln eran tan adictivas. Como una, como mil. Las acompaño con mate, con té, con café. Puedo comerlas entre comidas y como postre. Hace algunos años trabajaba en una productora y los viernes, día en que entregaba todas las notas que editaba, pasaba por una estación de servicio y por nueve pesos me compraba un café y un paquete de Lincoln y me iba a la productora, sintiéndome canchera por estar en la calle con un vasito de café con tapita. Me bajaba las Lincoln en media hora y después, con la panza llena de ahrinas, trabajaba de lo más contenta. No sé si no engordaba o qué pero en esa época comer o no comer harinas era algo que ignoraba por completo.
 
El mercado de Belgrano.
Me hice la que había ido porque no daba decir que nunca había ido pero la verdad es que lo conocía de nombre y porque lo había leído en alguna de esas notas cancheras que hay ahora, esas del tipo "Los diez mercados para nostálgicos". Entré y me recibió una ola invisible de olor a carne cruda y me dio tanto asco que dije en voz alta qué asco la carne y casi salgo a tomar un poco de aire pero no salí. Después me expliqué: no es tanto qué asco la carne sino qué asco el olor a carne cruda y la cantidad de carne que había en ese lugar y los delantales blancos manchados de sangre, las tiras de chorizos, las ruedas de chinchulín y los pisos húmedos, los pedazos de grasa sobrantes, las tablas de madera con cuchillos clavados y el ruido de la picadora y qué asco. Terminé comprando un shawarma completo (con lechuga, tomate, cebolla con perejil y un huevo a la plancha) y el árabe que lo preparó hizo un chiste en un castellano deformísimo, chiste al que respondí sonriendo y nada más. Mientras volvía de comprar me dije ante la duda, una sonrisa. La señora del puesto era parecida a Amira Yoma (operaciones incluidas) y el señor de la caja quería explicarle a una chica que ellos tomaban pedidos por teléfono pero después ella tenía que ir a buscarlos (es decir que no había delivery) pero no le salía y le repetía hacemos delivery pero sin llevártelo a tu casa. Cuando salí del puesto/local me tropecé y casi me caigo porque no vi que había un escalón: nada me parece más humillante que caerse de una manera tan pero tan tonta. En la media hora que estuve ahí dije mucho qué rica la comida árabe, qué rico el humus, qué rico el tabule, qué rico el keppe crudo, qué rico ese yogurcito, la ensalada, esas beremnjenas, el falafel, todo.*****
 
El barrio chino
Una vez probé el chow fan y fue un camino de ida: estuve varios meses almorzando chow fan hasta que un día mi cuerpo me pidió que por favor parara. Lo hizo en forma de sensación nauseabunda generalizada. Después de eso pasé varios años sin probar comida china hasta que me mudé cerca del barrio chino y me amigué. Mejor dicho: me amigué con reservas. Ahora vuelvo al barrio chino sólo como turista y como buena turista me asombro por todo cada vez que voy, quiero comer todpo, todo me parece exótico. Igual no me la juego tanto: comí primero en la calle unos pinchos de buñuelos de verdura y después en un restorán un pollo con almendras (impresionante, tenía pedacitos de bambú, yo no me acuerdo si alguna vez había comida bambú pero me encantó: es como comer jazmín) y le robé a quien estaba conmigo un poco de arroz con langostinos. Todo muy rico. Un poco aceitoso, pero rico. Antes de entrar al restorán contpe que ya había ido una vez a ese y que estaba muy bueno, que me acordaba porque ahí había conocido a la mina más nmeurótica que vaya a cruzarme en toda la vida. Recuerdo esa noche como una noche de mucho sufrimiento. salvada por la comida de ese lugar. La mina no paraba de hablar, de hacer barullo, de contar anécdotas cruzadas unas con otras, parecía que se le amontonaban tanto las palabras en la cabeza que las escupía así nomás y uno tenía que ir armando los diferentes discursos que ella estaba dando. Un rompecabezas.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Con la excusa de la comida / Día 01

Consumo pastillas de menta o de mentol.
Si no fuera yo la que las consumo diría mirá esa, qué pelotuda, consumiendo con ganas pastillas que no son golosinas, pastillas de jubilada, de empleada municipal. O diría mirá esa, que aburrida, al borde de los media hora, no me convides tus pastillas de menta de viejo, dame sabores artificiales, dame frutilla, tutti fruti, bananita dolca. A ese otro yo le digo: peor es fumar.

Desayuno café con leche por inercia. La cafetera de casa no es buena ni es mala, es de esas comunes con un filtro común, de una marca común, nada de cápsulas de latte ni trituradora de granos de café. Filtro de papel, una cucharada de café molido por taza de agua y esperar. Y aún así el café me sale mal. Todos los días me sirvo una taza mitad café y mitad leche y siempre dejo la mitad. Antes le sumaba una tostada de pan lactal con queso crema y casi todos los días un vaso de jugo.
Hace un tiempo decidí bajar la cantidad de harina aunque nunca suprimirla del todo: amantes del pan, los desafío a no comerlo durante una semana, verán que se sienten miserables, malhumorados, infelices y amargados. La vida sin harinas es una vida que no merece ser vivida. Decía: intento bajar las harinas pero lo único que he logrado es suprimir la tostada mañanera.

Cruzamos la calle con mi compañero de trabajo dispuestos a comprar el almuerzo en el mismo lugar donde compramos todos los días: todos los días repito que mañana voy a traerme algo de casa y todos los días mantengo la promesa intacta. No sé cumplir.
Sánguche de jamón crudo, rúcula, tomate y queso. Cuando era chica no comía jamón crudo porque me parecía comida de adultos. Habiendo paleta, jamón y salame a quién podía ocurrírsele comer jamón crudo. Solamente a un viejo. Empecé a comer crudo cuando me mudé con mi ex. Enfrente de casa teníamos una fiambrería impresionante y ahí, además de pasar al glorioso mundo del jamón crudo, también pasé al glorioso mundo del queso: recuerdo con perfección el día que compré mi primer pedacito de queso camembert y busqué en internet: "recetas para hacer con camembert". Cosas de la gente de provincia.
La rúcula, en cambio, ni me gustaba ni me dejaba de gustar y no creía que perteneciera necesariamente a un grupo etáreo en particular: no la conocía. En casa las verduras que se consumían eran: lechuga, tomate, repollo, papa, zanahoria, remolacha, batata, choclo, a veces zapallitos (rellenos con carne) y a veces acelga (en forma de pascualina o croqueta frita). Todo el otro abanico de verduras era una dimensión desconocida. No sé cuándo fue la primera vez que comí rúcula (seguramente fue en Palermo en el 2004) pero sí sé que durante mucho tiempo me pareció algo bastante lujoso: un gusto verduril que uno se podía dar muy de vez en cuando.

Cerveza en jarra y maní transpirado. En el amplio universo del snack feo, el podio lo compiten los palitos salados con sabor a humedad y las papas fritas blandas. Pero el maní transpirado, ese en el que la sal se empezó a convertir en unas gotitas líquidas, no se queda atrás. Yo igual le entro. Es al único al que le perdono todo y más si viene con cerveza. En Ramos (y seguramente en muchos otros lados también) se usaba mucho combinar el maní con la cerveza todo en el mismo vaso. A eso ya no le entro. Yo tengo mis límites. Son difusos, pero están. Cada vez me emborracho más fácil y cada vez digo más barbaridades: ayer me enteré que si decís en voz alta delante de gente que no conocés demasiado que "a mi me gusta un poco la plata" no te miran del mejor modo. Anhelar tener dinero todavía no está muy bien visto. ¡Y eso que lo había suavizado con el "un poco"!

Tenía que cocinar una tarta de zapallitos partiendo desde la masa y terminando en lavar los platos pero la fácil borrachera y el cansancio y todo lo demás: pizza comprada. Y después un chocolate con maní que estaba en la mesa del living desde el sábado a la noche. ¡Qué conducta extraña pasar tantos días viendo un chocolate y no comerlo!