Yo también estuve, muchas veces, en lugares tenebrosos y oscuros. También sentí que no había nada, que mi vida era una simple perfección simulada. Que hacía lo que quería, cuando quería y con quien quería, cuando en realidad hacía lo que los demás querían. Y cuando llegaba la noche, acurrucada en la cama, pensaba en esa gran mentira que estaba viviendo. Y las lágrimas salían de mis ojos, rebeldes, porque yo quería pararlas y no había manera: se habían empeñado en escaparse, en darle pausa a mi perfección simulada. Si mal no recuerdo, esas veces en las que mi perfecta vida se detenía, era cuando me encontraba conmigo misma. Me miraba al espejo y no me reconocía, era precisamente por tener los ojos empañados, por verme dos o tres veces repetida en el espejo, borroneada, y no saber cuál de esas era yo, cuál la perfecta trabajadora, la perfecta hija, la perfecta novia. Toda mi vida me exigí. En todo y con todos. No soporto la mediocridad en mi misma. Una vez se lo dije: "No sé qué quiero hacer, pero quiero ser la mejor". El me tildó de soberbia, y yo sonreí, jugando a que lo mio, a que esa declaración, era solamente un chiste. Pero dentro mio, muy dentro mio, donde realmente estoy yo, sabía que esas palabras no eran ningún juego, no eran un chiste. Y sí, posiblemente sea la soberbia de creerme capaz de hacer lo que sea la que me terminó llevando a una autoexigencia de la que no descanso ni cuando duermo. Fijate que antes de dormirme yo planifico qué voy a soñar. Seguramente toda esa autoexigencia es la que terminó por hacerme creer que no valgo ni dos pesos. Que cualquier otro es mas iteligente, lindo, divertido y una lista larga de ítems que para qué voy a explicar, si ya los debés conocer.
A veces me olvido, a veces me olvido de autoexigirme, y me acuerdo de disfrutar, o de pensar pavadas, o de escuchar música mala que me cuesta admitir que adoro. Pero aun así, repito, yo estuve en lugares oscuros, en lugares tenebrosos, y tuve que enfrentarme conmigo, y tuve que preguntarme qué quería, cuándo, por qué, con quién, y a veces es muy difícil responderse esas preguntas, a veces uno termina por cederle el lugar a la perfección simulada, y vuelve a ser un perfecto hijo, un perfecto profesional, un perfecto novio. No está bueno ceder todo el tiempo a aquello que creemos que está bien, aquello que hay que hacer, o aquello que no. Hay que tener huevos y preguntarse cosas, aunque las respuestas sean esas que siempre quisimos evitar.
A veces me olvido, a veces me olvido de autoexigirme, y me acuerdo de disfrutar, o de pensar pavadas, o de escuchar música mala que me cuesta admitir que adoro. Pero aun así, repito, yo estuve en lugares oscuros, en lugares tenebrosos, y tuve que enfrentarme conmigo, y tuve que preguntarme qué quería, cuándo, por qué, con quién, y a veces es muy difícil responderse esas preguntas, a veces uno termina por cederle el lugar a la perfección simulada, y vuelve a ser un perfecto hijo, un perfecto profesional, un perfecto novio. No está bueno ceder todo el tiempo a aquello que creemos que está bien, aquello que hay que hacer, o aquello que no. Hay que tener huevos y preguntarse cosas, aunque las respuestas sean esas que siempre quisimos evitar.
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