miércoles, 30 de junio de 2010

Minita cruel

Salimos una vez. Y nos aburrimos como hongos. No puede ser que no te hayas dado cuenta. Salimos una vez, y si no fuera porque fuimos a ver una película que duraba mas de dos horas, nuestros temas de conversación se habrían agotado a los diez minutos de habernos saludado. Salimos una vez, y yo te conté chistes malos que no entendiste, y vos me hablaste de computadoras y yo te presté atención y quise seguirte el hilo pero ante la repetición indiscriminada de memoria ram mi cabeza empezó a pasear por otros lados mucho mas interesantes. Ccaminamos por un barrio que antes era el mio, te comiste un yogurt, después te tomaste una cerveza. Salimos una vez, y yo lo único que pensaba era en no salir nunca mas. Tenés que haberte dado cuenta: mi cara de orto espantó hasta a los chicos que vinieron a pedirnos unas monedas. Entramos a un bar y tomé un café: nadie que la esté pasando bien en una cita un día de semana a las diez de la noche se toma un café. No puedo creer que no te hayas dado cuenta, que no hayas notado las veces que tuve que explicarte que lo que estaba diciendo era una ironía, que la entrada del cine no la iba a guardar en mi agenda como una quinceañera. No puedo creer que hayas pensado que mis silencios eran timidez. No. Mis silencios eran aburrimiento, eran tedio, eran hastío. No puede ser que aun sin reirte en toda la noche la estuvieras pasando bien. No puede ser. No puede ser cierto que para vos una cita exitosa esté colmada de silencios incómodos.

En mi casa, sola, pensé por qué. Por qué había accedido a salir con vos. Desde cuándo el sentirme sola me hacía tomar las decisiones mas estúpidas. Por qué en vez de llamar a una amiga te llamé a vos. De dónde saqué esas estúpidas esperanzas que decían "tal vez te divertís". Desde cuándo no me bancaba a mi misma.

Salimos una vez. Y nos aburrimos como hongos. No puede ser que no te hayas dado cuenta. No puede ser que no hayas notado que te eliminé de mi vida virtual, que no contesté tus llamados, ni mensajes ni palomas mensajeras ni cartas ni nada. No puede ser que no hayas entendido que no quería volver a verte. No puedo creer que quieras volver a ver mi cara de culo. No puedo entender que quieras volver a escuchar mi respiración: ni una palabra. No puede ser que quieras, de nuevo, discutir porque te parece que mi decisión de vivir en la ciduad es completamente desafortunada. ¿No te diste cuenta que me dolió que dijeras que mi calle era horrible, que mi barrio era horrible, que el ruido, que la gente, que los autos, que esto que lo otro y que la concha de la lora? No puede ser, no puedo creer, te juro que no puedo creer, que a pesar de todo, hoy suene mi celular y sea un mensaje tuyo diciendo, y cito textual: "ancío verte". Tenés que haberte equivocado de número. No encuentro otra explicación. Y si el mensaje era para mi, si realmente estabas insistiendo una vez mas, entonces te digo:

Salimos una vez.
Y nos aburrimos como hongos.
No puede ser que no te hayas dado cuenta.

Pensamientos trágicos se avecinan con la llegada del dolor de ovarios

-Agarro una aguja de tejer y me los extirpo.

-Si el colectivo no viene pronto me tiro abajo del primer auto que pase.

-Por favor, menopausia, ven a mi.

No quiero sentirme tan sola en esta boludez que me ocurre cada dos por tres

¿A ustedes también les sucede que se encuentran moretones en el cuerpo que no tienen ni idea de qué son consecuencia?
Che, qué raro esto del buen humor en continuado. Rarísimo.

Creo que tu brújula está rota. En el norte de tus problemas siempre aparece mi nombre. Y te juro que yo, en tus problemitas, no tengo absolutamente nada que ver.

martes, 29 de junio de 2010

El regreso de la reina del melodrama

-¿Y si de repente yo empiezo a engancharme mucho mucho mucho y al mismo tiempo él se va desenganchando del todo? Eso podría pasar, y yo podría morir.

-¿Hay algún signo de que esté sucediendo eso?

-No.

Y le corté. Para que aprenda.

Le dije al teléfono y la hice sonreir

"Epa, chiquita. No se enoje conmigo que yo no tengo la culpa de sus estados de ánimo."

lunes, 28 de junio de 2010

Soñé que me pedía una pierna. Así, textual: quiero que me des una pierna. Y soñé que estaba sentada, en bombacha, estudiando por dónde y de qué manera cortarla para, naturalmente, cumplir con el pedido.

viernes, 25 de junio de 2010

"¿Te paso a buscar y vamos a tomar
una cerveza o ya estás en piyama?"


¿Sabés el microsegundo que tardé en sacarme la joggineta, desenrrodetarme y perfumarme un poco?

jueves, 24 de junio de 2010

De adolescentes todos nos creemos especiales, atípicos, freaks, salidos del molde, fuera del sistema. Bueno, bullshit. Con el tiempo te das cuenta que todos los que tienen tu edad, cuando eran adolescentes eran iguales que vos. Que eso de ser especialitos, es mentira.

El entusiasmo de la página uno

Arranco con entusiasmo. Siempre que empiezo un cuento lo hago con entusiasmo. En general las ideas surgen de: algo que me haya pasado. Puede ser un detalle: el otro día sonó la alarma del supermercado porque tenía un desodorante en la cartera que *no había declarado al entrar* y se me ocurrió que por eso podían meterme en un cuartito y jugar a los detectives. Puede ser, también, un conjunto de escenas: una señora grande se quiere matar porque no tolera mas el mundo. El mundo, ese mundo que ve, es el mundo que yo veo a través de mi ventana y que conté en numerosas ocasiones acá, en el blog. Y siempre que se me ocurre una idea nueva (no son tantas, últimamente soy un cero a la izquierda) empiezo con todo. Imagino, donde sea que esté, frases, palabras, vueltas de tuerca, oraciones, diálogos. Camino y pienso. Viajo en el colectivo y pienso. Estoy tirada en la cama y pienso. Me siento y escribo. Cuando empiezo a escribir lo hago sin pensar. Es un desorden total. Intento escribir rápido todo lo que se me ocurrió mientras caminaba, viajaba o morseaba. Y después, nada.

Cierro el documento y sigo con mi vida. Esas primeras páginas llenas de entusiasmo quedan, no olvidadas, sino censuradas. Ya no veo las ideas como buenas ideas, ni los diálogos como buenos diálogos. Ya no tengo entusiasmo ni puedo seguir. Quiero seguir, no puedo. Releo y quiero que eso que releo me guste tanto como la primera vez que lo escribí. Pero ya no es posible: en ese momento empieza a ponerse en movimiento un mecanismo insoportablemente racional, un mecanismo que me obliga a pensar conflicto, personajes, acciones, diálogos. Y cuando empieza a funcionar ese mecanismo, lo que hasta ayer era un juego, casi una pulsión por la escritura, hoy se convierte en una obligación, en un "tengo que termianar esto". Pero "esto" que tengo que terminar no tiene pies ni cabeza. Ahí me pierdo: no sé cómo seguir, no sé qué poner y qué no. Sigo, pero ese seguir escribiendo ya no me divierte, ya no es disfrute, no es goce. Es obligación. Sigo, porque tengo que seguir, porque tengo que terminar. Porque no puedo ser tan inconstante.

Cuando escribo acá, en el blog, no pienso. No reviso. No releo. Escribo escribo escribo y publico. Listo, terminé. Son pocas las veces que empiezo un post y no lo termino. Escribo sin pensar. Y por escribir sin pensar, es que terminan saliendo cosas mas auténticas, cosas que se diferencian muchísimo de mis cuentos terminados, en los que ese mecanismo racional me obliga a jugar a "ser escritora". Yo no soy escritora un carajo, y hasta que no entienda eso, hasta que no deje de jugar a eso, hasta que lo que escribo para fuera del blog no sea igual de auténtico que lo que escribo para adentro del blog, voy a seguir trabada, voy a seguir acumulando cuentos empezados y no terminados. Pero, fundamentalmente, voy a seguir jugando a algo que no soy, en vez de disfrutar lo que sí soy.

martes, 22 de junio de 2010

Tenía mucho antojo de algo dulce y me puse contenta porque encontré en la cartera un caramelo de menta. No sé si me convertí en una conformista de mierda o en una vieja chota.

sábado, 19 de junio de 2010

Antipiropo poco original

Todos los muchachos con los que estuve (que, bueno, tampoco son tantos), en algún momento de la relación (no necesariamente sexual) me han dicho:

"Qué piernitas, eh"

Varios acompañaron la frase con unas palmaditas sobre mis muslos.

En general, yo respondo:

"Soy el Diego Armando, ¿no?"

(risas)

El post que no tenía ni piernas ni cabeza ni nada

Doña Rosa a la mañana no es Doña Rosa. A la mañana de cualquier sábado es vaga. Se queda en la cama, duerme, se despierta, mira la hora, se velve a dormir. Desayuna tapada por el acolchado blanco inmaculado y siente que está bien, que hay que quedarse en la cama, que hay que hacer fiaca, mirar películas repetidas, leer algún libro, tomar mate y nada mas. Nada mas. Pero de repente, Doña Rosa aparece y no puede ser este desorden, cómo se me cae el pelo, mirá esas cajas desde enero todavía sin desarmar. Los restos de la mudanza, los fósiles del cambio de domicilio enterrados en cajitas con motivos navideños. Ay, esto no puede seguir asi, piensa Doña Rosa, y se levanta y se pone a ordenar.

Hace pausas, Doña Rosa, cada vez que siente que la cantidad de papeles puede ahogarla. Esto lo tiro. No, ésto no lo tiro nada. No tiro nada, tiro todo. Nunca, jamás, voy a revisar estos papeles. ¿Para qué voy a guardarlos? Melancolía estudiantil. Eso es. Los restos de la facultad terminada hace cuatro años. Los fósiles enterrados de ina época en la que vivía con mamá y papá y hermano. Cuando tenía señor que vivía conmigo aunque todavía no vivía conmigo. Era otra, en ese momento, Doña Rosa. No sabía cocinar mas que unos fideos que siempre terminaban pegoteados y pasados. El tiempo pasó, esa que era no estaba mas, y ahora quedan esos restos, esos fósiles que conservo como piezas de museo, como diciendo "esa también fui yo". Tiro todo. No, mejor no tiro nada.

Y asi, después de dos horas de revisar papeles y leer viejos trabajos prácticos en los que no decidía si hablar en primera persona individual o plural, tengo el piso lleno de montoncitos de papales que suponen un orden pero no son mas que montoncitos inútiles separados por materia, papeles escritos a mano, apuntes de clase, libros fotocopiados, hojas cuadriculadas colorinches y prolijas que eran la envidia de aquellos que no saben elaborar un cuadro sinóptico.

Aburre. Ordenar de esta manera aburre. Querer entender para qué se guardan las cosas aburre. Cansa. Es agotador. A veces, es inútil. Entonces, Doña Rosa, rendida, junta todos los papeles de nuevo, los vuelve a colocar en las cajitas con motivos navideños y viene a la computadora, escribe un poco, escucha una musiquita pedorra, y se pone a leer el diario. Y cuando empieza a leer el diario, se encuentra con el horror de la prehistórica gente conservadora que debería guardar sus pensamientos prehistóricos en cajas navideñas, como fósiles, como restos de algo que fueron y no quieren volver a ser, no como un gesto melancólico, sino como un ayuda memoria. Qué barbaridad, unos preocupándonos por el orden del hogar, por cosas banales y estúpidas, y otros publicando falacias y mentiras y cosas horrendas en diarios. Qué barbaridad.

Para entender un poco mas, no se pierdan el vergonzoso editorial de hoy del diario La Nación.

martes, 15 de junio de 2010

Golpe

Golpe.
Golpe.
Golpe.

Sentada en la cama escuché esos tres golpes que venían de algún lugar. Yo estaba sentada pensando en nada, haciendo nada, y de repente, golpe, golpe, golpe. Me levanté. Caminé hasta la ventana. Era jueves, era de noche, hacía frío pero no tanto. Desde la ventana, semi abierta, lo vi: un chico de quince años apoyaba un pedazo de telgopor grueso contra una columna y golpe, golpe, golpe, hasta que lo rompía. Lo dejaba en el suelo, agarraba otro, lo apoyaba contra la columna y golpe, golpe, golpe, hasta que lo rompía. Varias veces. Con varios pedazos de telgopor. En el último telgopor, después del primer golpe, pude ver, en la superficie blanca inmaculada, unas gotas de sangre. Golpe, golpe. Después se fue, y yo volví a sentarme a la cama.

Una fecha es mucho mas que una fecha

Esta es la semana mas difícil del año. Es la mas difícil del 2010, pero también lo fue en el 2009, 2008, 2007, 2006, 2005. Cómo pasa el tiempo, si te ponés a enumerar, si te sentás a pensar dónde estabas un día como hoy, pero en el 2004. Lo pienso y te cuento: a esta hora yo estaba colgando el delantal en la salita, me despedía de mis alumnos y salía. Trabajaba en un jardín de infantes, el mismo donde trabajaba mi hermana. Algunos días, antes de salir y saludar al portero alto como una jirafa, pasaba a saludarla a ella que siempre (siempre) estaba de buen humor. Después facultad, después visita al novio de turno. Un día como hoy, pero seis años atrás, mi vida era otra.

Una fecha es mucho mas que una fecha. Una fecha envuelve un hecho, una discusión, un aniversario, un nacimiento, una muerte. Una fecha es mucho mas que una fecha. Una fecha puede cambiarte la vida. Y mi vida cambió un 21 de junio de 2004. Esa fecha es un antes y un después. Esa fecha, ese día, me hizo entender algo fundamental que hasta ese momento no me había tocado vivir: la gente que querés, también se muere.

El día del padre, en mi familia, es mucho mas que el día del padre. El día del padre fue la última vez que la vimos viva. La última vez que escuchamos su voz, que le dimos un beso. Que la abrazamos, que la escuchamos. El día del padre fue la última vez que discutimos, la última que nos amigamos, la última que nos pudimos ver. Y de haberlo sabido, de haber sabido que era la última vez, hubiera hecho las cosas diferentes. ¿Hubiera hecho las cosas diferentes?

Seis años. Seis años sin verla. Seis. Y cada vez van a ser mas. Y aunque no te des cuenta, es asi: hay cosas de las que no se vuelve, y aunque el tiempo pase hay cosas que siguen sin entenderse. Insisto. Escribo sobre el tema. Pienso. Me angustio. Lloro. Pregunto. No respondo. No puedo superarlo. No puedo entenderlo. Seis años. Seis. De a poco me voy acercando a la edad que ella tenía cuando se murió. Un día, dentro de pocos años, voy a haber vivido mas tiempo que mi hermana. Nada en el mundo me parece mas injusto.

Un día pensé que me estaba volviendo loca. No había pasado mas de un mes del accidente. Yo estaba sentada en una casa que queda enfrente del colegio donde trabajábamos juntas. Esperaba que se hiciera la hora de mi entrada. Y la vi. La vi caminar, tranquila, yendo al colegio. No podía estar viéndola, y sabía que no podía estar viéndola. Sabía que estaba muerta, y por mucha telenovela que haya mirado en mi vida (en las telenovelas siempre que alguien muere hay manera de resucitarlo), sabía que esto no era una novela. Que la resurrección no existe. Y sin embargo, miraba a la chica, y la veía a ella. Era su caminar, su ropa deportiva, su pelo largo. No podía. No podía ser ella. Mi hermana estaba muerta.

Cuando empecé este blog, tenía otro nombre: "No me voy a olvidar". Y hoy lo traigo de nuevo. No me voy a olvidar de su voz, ni de su imagen, ni de su forma de caminar. No me voy a olvidar que era caprichosa hasta el hartazgo ni me voy a olvidar lo bondadosa que era. No me voy a olvidar que no entendía las películas mas tontas. No me voy a olvidar que ella empezó a decirme "Maru". No me voy a olvidar de sus abrazos. No me voy a olvidar las noches que me agarró la mano porque yo tenía miedo. No me voy a olvidar de ella, ni de mi cuando estaba con ella. No me voy a olvidar de su olor. No me voy a olvidar de sus obsesiones. De su sonrisa. De su pelo largo y oscuro. De su predisposición. De su buen humor. De su mal humor. No me voy a olvidar de nuestras charlas, y tampoco me voy a olvidar de nuestros silencios. No me voy a olvidar de su miedo a las cucarachas ni me voy a olvidar que me hacía escuchar Abba, Supertramp y Julio Iglesias. No me voy a olvidar de sus ojos cuando estaba triste y se apagaban, ni de sus ojos cuando estaba contenta y brillaban. No me voy a olvidar de mi hermana. No me puedo olvidar de ella.

sábado, 12 de junio de 2010

Al margen

Llueve. Mucho llueve. No sabía que iba a llover.
Tengo que salir. Me embola tener que salir cuando llueve.
Sábado y lluvia es igual a cama y series.
Pero tengo que salir.
Salir, a comprarle el regalo de cumpleaños a mi hermano.
Treinta y cinco años cumple

Treinta
y
Cinco.

Me pidió las medias oficiales de Boca.

Minita mundial

No me decido. Por momentos quisiera pertenecer al selecto grupo que odia profundamente al mundial, que lo aborrece y critica. Que se concentra en hablar de los amantes del fútbol como si fueran infradotados que se emocionan con una pelotita que va de un lado a otro. Pero en otros momentos quisiera ser del grupo criticado, quisiera emocionarme con el himno y quisiera conocer los nombres de jugadores. Me gustaría jugar al prode con compañeros de oficina, hacer apuesta, comprarme una cornetita o un gorrito y salir a festejar al obelisco. No me salen. Ninguna de las posiciones. No puedo criticar porque me siento una hija de puta, pero al mimsmo tiempo la palabra "prode" me traslada a la década del ´90. No me decido. No sé cuál sería la posición propicia para mi. Entonces, me quedo con lo que soy.

Lo que soy es una ignorante. El bichito mundialero me pica un poco, pero no llega a meterme todo su veneno. Festejo goles, pero no sé nombres de jugadores, ni posiciones, ni tácticas ni jugadas. No entiendo el juego, y me rendí ante mi imposibilidad. Algunos años atrás, en el último mundial, ahí fue cuando me rendí. Pertenecía al grupo que quería ser amante del fútbol, que quería comprender, que quería saber, especular, apostar con conocimientos. Mirar un partido conmigo era el infierno:

¿En qué arco tenemos que meter?
¿Qué es la posición adelantada?
¿Eso no fue falta?
Para mi, eso era penal.
No. No entiendo la posición adelantada. Explicame de nuevo.
Se lo hizo a propósito.
¿Hacen tercer tiempo?
¿Cómo que offside es lo mismo que posición adelantada?
Gol, vamo´ la concha de la lora.
¿Cómo que no fue gol?

O sino:
Mirá las gambas que tiene.
Esa remera le queda medio ajustada.
¿Quién es ese? ¡Qué lindo es!
Ese se parece a un actor.
No, no me acuerdo cómo se llama el actor.
¿¿Ese es el que me gustaba??
Miralo, está emocionado.

Sufrían, siempre sufrieron, los amigos de turno que veían conmigo un partido. No entendía nada y cuando no entendía nada preguntaba estupideces y ofrecía preparar mate, ofrecía medialunas o pasaba por delante del televisor ganándome puteadas varias de los que sí entienden, de los que sí saben.

Y sin embargo, no fue por eso (ni por ignorante ni por minita) que terminé decidiendo vivir el mundial sola, en mi casa, en piyama, metida en la cama. Lo decidí porque no entiendo la competencia. Porque soy de los imbéciles que no terminamos de entender que necesariamente uno gana y otro pierde. Y me pongo triste. Sufro. No me gusta cuando pierde Argentina, pero tampoco me gusta cuando pierde Nigeria. Reniego y me dan ganas de abrazar a los muchachos que se lamentan y se tapan la cara cuando el equipo contrario les metió un gol. Quiero ir a decirles que ya pasará, que es un juego nomás, que lo que importa es participar. Quiero gritarles "Cebollitas subcampeón". No me gusta ver al técnico sufriendo ni me gustan las expresiones desausiadas de los hinchas que fueron hasta allá para ver cómo otros les rompen el orto. Me amargo.

Hoy, por ejemplo, prendí el televisor a las once y cinco, convencida (convencidísima) de que el partido empezaba once treinta. Cinco minutos mas tarde, gol. Apenas ocurrió el gol se me llenaron los ojos de lágrimas, me puse contenta por Argentina, quise salir a festejar, quise salir a gritar algo por la ventana, algo como "Vamos Argentina carajo". Pero unos segundos mas tarde ahí estaban, ellos, los nigerianos, lamentándose. El arquero, triste. Solo. El técnico, puteando por dentro y dando ánimo por fuera. Y los miré y quise decirles que no pasa nada. Que es un mundial. Que no se murió nadie. Que las competencias son asi. Y mientras pensaba en todo eso, en querer consolar a unos y felicitar a otros, fui a abrir la ventana del departamento. En la vereda de enfrente, la chica de la fiambrería miraba la lluvia amparada en el techito del local. Ajena al mundial. Ajena a la competencia. Ajena a los que ganan y pierden. Ni criticando a los mundialeros, ni haciendo sonar una corneta. Un poco la envidié.

jueves, 10 de junio de 2010

Aviso a la comunidad

Por si existe algún otro confundido como yo.

Hoy no es viernes.
Es jueves.
Viernes, mañana.
Recién mañana.
No hoy.

Hoy, jueves.

domingo, 6 de junio de 2010

Sin palabras

9 de julio, día de la independencia

La noche anterior, la madrugada del 9 de julio de 2009, había soñado que nuestra casa tenía una puerta secreta detrás del placard. Una puerta que llevaba al resto de una casa, antigua, con cinco habitaciones, varios baños, y una sala de estar inundada con una luz anaranjada, con ventanales que no podían abrirse, con vidrios esmerilados. El piso era de madera, una madera clara y venida a menos. En el sueño yo caminaba e iba descubriendo esa casa que estaba escondida detrás de nuestra casa. Había tesoros familiares, muebles antiguos llenos de papeles viejos. Los restos de una familia que casi no conocí: los restos de la infancia de papá y sus hermanos, la vida oculta de mis abuelos.

Le conté mi sueño en piyama. Eran las seis de la tarde y, por ser feriado me permitía estar en piyama, tomando mate en la cama, con su computadora en mi falda. Le contaba el sueño y no recuerdo qué decía él, ni siquiera recuerdo si decía algo. "Mañana viene el flete", dijo, cortando el relato de mi sueño: nunca llegué a decirle que después de recorrer toda la casa, llegaba a un jardín de invierno donde estaban velando a mi abuela. "Mañana viene el flete, asi que tengo que empezar a embalar mis cosas". Me levanté de la cama y fui al baño. Me senté en el borde de la bañera y pensé cómo iba a seguir ahora, sola, por primera vez en mucho tiempo. Sola, lejos de mi familia. Sola, lejos de mis amigos. Sola, en una casa que era nuestra. Sola.

Cuando volví a la habitación me abrazó. Y quise pensar que con ese abrazo nos estábamos, al mismo tiempo: agradeciendo, perdonando, pidiendo perdón. "¿Querés que te ayude?". En piyama, con un saco de lana encima, empezamos. Los libros, los discos, los cuadros, la ropa, la computadora, las películas. "Esto te lo dejo", decía de vez en cuando señalando algún libro que me interesaba, algún adorno compartido, alguna película que siempre me había recomendado y yo nunca había visto. Organizada, virginiana, metódica y práctica, en menos de dos horas habíamos guardado mas de la mitad de sus cosas: las cosas, cuando son de a dos, siempre se hacen mejor. Funcionan. Nosotros, a veces, o al menos esa vez, y para eso, seguíamos funcionando. No me cansé: me di cuenta lo que estaba pasando. No me senté en el sillón: me dejé caer. No lloré por lo que estaba pasando: lloré por lo que habíamos pasado. Lloré miedo, angustia, terror por lo que vendría. ¿Qué iba a hacer, ahí, en esa casa, con esas paredes naranjas que habíamos pintado entre los dos?

El 9 de julio de 2007 yo vestía jogging, rodete, remera vieja. Casi llegada la noche, sonaba un teléfono. Un "ring" antiguo, de teléfono con disco, ese "ring" inolvidable. Del otro lado del teléfono alguien, una voz que me tranquilizaba y enamoraba cada vez mas, decía: "Chuchú, ¿estás en el departamento? Salí al patio, fijate lo que pasa afuera". Hice caso. Salí al patio. Nevaba. Por primera vez no sé en cuántos años, nevaba en Buenos Aires. Me quedé parada, apoyada en el marco de la puerta, mirando nevar. En la mano, tenía un rodillo con pintura naranja, que goteaba el piso de la cocina. Pasé mas de media hora, mirando la nieve, el intento de nieve, unas pelusitas blancas que caían y convetían esa en una tarde memorable: una de las mejores tardes de mi vida. Cuando me cansé de mirar, o cuando me agarró tanto frío que ya no podía seguir mirando, le di la última mano de naranja a las paredes de nuestro futro living. El 10 de julio de 2007, a las once de la mañana, el flete llegó a su casa, cargamos todo, y nos instalamos en nuestra casa.

El 10 de julio de 2009 me levanté, como todos los días, preparé el desayuno y se lo llevé a la cama. Era la última vez que ibamos a amanecer juntos. Era la última vez que iba a escuchar "Chuchú, ¿hacés café?". Me despedí con un beso. Esquivé las cajas que habíamos dispuesto en el living. Salí del departamento, caminé por el pasillo hacia la salida, y cuando estaba por abrir la puerta, volví. Entré en la habitación, él estaba leyendo, lo miré, en silencio, me acosté a su lado y le dije "abrazame". Él me abrazó. Nos quedamos en silencio, abrazados, ahora sí, despidiéndonos. Diciéndonos, con ese silencio, todo lo que no habíamos dicho en cuatro años.

A las cinco de la tarde volví al departamento. Había estado todo el día preparándome para ese momento, para entrar y encontrar vacío, silencio, para hablar sola y escuchar como respuesta mi propio eco. Entré, tranquila, prendí la luz y respiré el polvo que había quedado en el ambiente, el polvo de sus cosas: su presencia todavía se respiraba. Esa fue la primera noche que dormí sola sabiendo que estaba sola. Que por primera vez en la vida estaba sola. Sola, en una casa que había sido nuestra y ahora era mia. Sola, lejos de mi familia. Sola, lejos de mis amigos. Sola, sin el señor que vivía conmigo. Sola.

viernes, 4 de junio de 2010

Recién casi publico: "Tengo ganas de decirle a mi novio que lo extraño. Pero no tengo novio". 

Por suerte me arrepentí.

jueves, 3 de junio de 2010

Regalo sonrisa

Con la gente que para en tu cuadra, tenés que tener buena onda. No me refiero al vecino, kiosquero o verdulero. Hablo del cartonero que para todos los días a la misma hora en la misma esquina, o a la señora que no tiene dónde vivir y se acovacha debajo del techito de un local abandonado. En mi cuadra, hay un muchacho al que le falta una pierna. Se junta todos los días con dos o tres mas a tomarse una cervecita en el pilar de la casa antigua que está al lado del kiosco. Al principio desconfié. Siempre, al principio, uno desconfía. Yo desconfié, en parte porque a veces se me ocurre mirar el noticiero, en parte porque soy una miedosa nata.

Hace poco mas de un mes, una madrugada llena de insomnio me hizo levantarme de la cama y sentarme frente a la computadora a dejar el tiempo pasar. A escuchar los mismos temas una y otra vez o a ver los mismos videos de youtube que ya todos sabemos de memoria. Escuché algunos ruidos, algunos gritos, y me asomé por la ventana. En la cudra de enfrente, bajo el techo protector de un garage, el muchacho sin pierna y sus dos amigotes se disputaban un par de frazadas gastadas y agujereadas. En un primer momento pensé que peleaban. Y me asusté. Me metí rápido y cerré la ventana. Los espié un poco mas, hasta entender del todo que lo único que querían era no pasar frío en una de las primeras noches de frío de Buenos Aires. Pero eso no fue todo: un rato mas tarde, ya desconcentrada de los muchachos que trataban de dormir, y concentrada en la nada misma, escucho la voz de uno de ellos: "la dejaste muerta". Y luego "la mataste". Y de nuevo "tirada ahí, muerta". Los "muerta" y "mataste" empezaron a repetirse no una, sino cinco o seis veces. El que las decía era el muchacho sin una pierna. El corazón me empezó a latir mas fuerte, mas rápido, y en mi cabeza lo único que se escuchaba era "muerte muerte muerte muerte". Y cuando no escuchaba "muerte" escuchaba "la mataste", y el artículo femenino me hacía pensar en una mujer, en una mujer muerta, en una mujer que alguien había matado. Pocas veces sentí tanto miedo y tanta incertidumbre como en ese momento. Mientras ellos repetían "muerte" yo pensaba, trataba de descubrir qué carajo se hacía en un caso de estos. A quién se avisaba. ¿Se avisaba? ¿Se seguía espiando? Si me ven acá, espiando, ¿van a venir a buscarme?. Pasé un largo rato pensando, tratando de calmarme y espiando sin que me vieran. No sé si me calmé, no sé si respiré profundo ni tampoco sé cuánto tiempo pasó, hasta que de repente, por un movimiento, por una acción del muchacho sin pierna, me sentí la persona mas estúpida del universo. El muchacho sin pierna muleta en mano se levantó del lugar, se abrió paso entre las piernas de sus acompañantes, y se vino mas para el lado de la calle. En su mano derecha, llevaba una paloma agonizante.

Recién paré en el kiosco a comprar porquerías. Al lado del kiosco, como todos los días, el muchacho sin pierna y sus amigotes tomaban una cerveza. Pagué con cambio y avancé con el bolso a medio abrir, las porquerías en una mano, buscando la llave del departamento con la otra, y uno, que no sé cuál fue, me dijo: "¿No me regalás una sonrisa?". Y yo lo miré, giré un poco la cabeza, exageré una sonrisa, y seguí camino. Mientras caminaba, ya llegando al edificio, escucho: "Me alegraste el día, me lo alegraste, señora". "Y vos me lo cagaste hijo de puta, cómo se te ocurre decirme señora", pensé yo, pero no dije. Porque una cosa es tener buena onda con la gente que para en tu cuadra, y otra es ser una pelotuda bárbara.

Despedida anticipada

Las fiestas de disfraces son la muerte camuflada.
Pasado mañana tengo una fiesta de disfraces.
Nunca olviden que en la tierra hubo, en algún momento, una que dijo "también soy minita, y me la re banco".

Hasta siempre.

miércoles, 2 de junio de 2010

Chicos: no está bien reirse de las ambiciones artísticas de la gente

Dijo el Perro: miralo entero, cuando crees que no puede caer mas bajo, se aparece con un nuevo modelito.


Durísimo

-Me gustás.
-Vos sos tan linda.

Antipiropo II

"¡Pero qué flaquitos son tus brazos!"

Siempre te voy a hacer reir

Esa noche hacía calor. Era verano. Vos tenías los ojos tristes, siempre tenés los ojos tristes, pero esa noche, en particular, tenías la mirada ida, en teoría estabas ahí, conmigo, pero tus ojos estaban en otro lado, pensaban en otra cosa, recordaban a otra persona. Esa otra persona no era yo, y no me importaba que no fuera yo: nunca me preocupó saber que estabas enamorado de otra, otra que te lastimaba. Unos días antes me habías dicho el domingo fue un día muy triste. Y yo no necesité preguntarte nada mas, ni vos tuviste la necesidad de contarme nada mas. Yo sé cuándo no preguntar, vos siempre sabés callar. Estabas triste, ese domingo, y después, mucho tiempo después, me di cuenta que cuando estás triste no podés estar con vos, que salís con cualquiera y te acostás con cualquiera porque no tolerás estar con vos cuando vos estás triste. Y qué pena, saber que siempre estás triste. Hablaste de corrido, esa noche, no hiciste pausas ni paraste para respirar. Yo te escuchaba y me reía, hacía como que lo que me contabas me causaba gracia, aunque pensaba qué triste estás, dejame ayudarte. Pero no te lo decía, yo no sé decir esas cosas como dejame ayudarte, confiá en mi. Después hiciste silencio. Respiraste profundo, cerraste los ojos, te fuiste a otro lado. Y cuando vi que te estabas yendo, empecé a hablar yo. Inventé historias graciosas, te conté citas inolvidables por bizarras, incómodas o aburridas. Dije guarangadas, siempre te hacen reir mis guarangadas, y cuando quise acordarme ya estabas de nuevo, acá, conmigo, con los ojos todavía tristes, pero con una sonrisa inmensa en la cara. Y pensé está bien, está mejor. Estábamos acostados. Estábamos desnudos. Hacía calor. El ventilador nos hacía entrecerrar los ojos. La noche, afuera, era clara. Había luna llena. Te hablé de mis plantas. Te conté secretos. Confesé que hablo sola. Te ofrecí algo para tomar una, dos, tres veces. Te levantaste. Pusiste música y bailaste, solo. Yo me senté en la cama. Te sonreí. Me burlé de tus pasos. Aplaudí tu ridiculez. Tu desparpajo. Después te dije dejame a mi. Puse una cumbia, te mostré cómo bailo. Yo bailo mal. Lo sé yo, lo saben los que me ven. Y en ese momento, no me importó. Bailé mal. Y vos te reíste. Te doblaste de la risa. Me aplaudiste. Te burlaste. Y seguiste largando esas carcajadas que sólo vos largás. Me cansé. Me agité. Respiré profundo y me tiré arriba tuyo. Vos estabas con esas respiraciones raras que son las sobras de una risa despareja y atolondrada. Tenías los ojos colorados. Estabas llorando de la risa. Me abrazaste. Y con ese abrazo me dijiste gracias. Y con ese abrazo yo te dije no te preocupes, yo siempre te voy a hacer reir. Y nunca necesitamos mas que eso. Porque tus necesidades son asi, silenciosas y mis ayudas asi, incondicionales.

martes, 1 de junio de 2010

Conurbano nao tem fin

"Bueno querida, mañana te llamo.
Me voy a bañar porque estoy toda garchada"

Hoy pensaba

El siempre de un "te voy a amar siempre", "abrazame siempre", "cogeme para siempre" es un siempre con fecha de vencimiento, ¿no?. O sea, no es un siempre de para toda la vida, de por los siglos de los siglos amén. Es un siempre a corto plazo, o mediano a lo sumo, pero no es un eterno. No es un continuado hasta la muerte. ¿O si? ¿Ese siempre es realmente para siempre? ¿Para toda la vida y capaz que después también? Sáquenme la duda. Si siempre, es siempre para toda la vida y mas también, me da miedo. Habría que tener mucho cuidado al decirlo. Si es con fecha de vencimiento, mejor: querrámonos para siempre, abracémonos siempre, garchemos toda la vida. Siempre. O hasta que dure nuestro siempre.

Viste que cuando repetís muchas veces una palabra, siempre empieza a sonar raro.

En el Sarmiento

Una nena tocando el bandoneón. Un señor comiendo mandarinas. Un borracho que me miraba las tetas.

En el 151

Un señor igual a Porcel. Una oriental teñida de rubia. Un dientudo masticando un cacho de pan con la boca abierta.