viernes, 20 de diciembre de 2013

Licencia de conducir - I

La municipalidad de Ramos Mejía en realidad no es una municipalidad en sí sino una dependencia supuestamente más linda, arreglada y coqueta (como todo lo que sucede en Ramos Mejía en realción al partido de La Matanza) pero en realidad es igual de gris, aburrida, calurosa y burocrática.

Son las doce del mediodía y entro a la dependencia de la municipalidad porque teniendo 30 años se me ocurrió que era hora de aprender a manejar y después de casi dos meses de clases con Liliana y Silvia –dos hermanas que tienen la academia de manejo más conocida de Ramos- me toca empezar el trámite: hoy el físico, vista y teórico; el lunes, práctico.

Tengo turno a las doce y le aviso a mi mamá que seguramente antes de la una ya esté almorzando en su casa pero cuando llego hay carteles por todos lados que dicen: “El trámite para la licencia de conducir lleva al menos 3 (tres) horas. Sea paciente”. Entonces, soy paciente.

La sala de espera está repleta de sillas con tapizados manchados y mujeres grises que tienen calor y están aburridas: de su trabajo, de la gente, del barrio, la vida, todo. Me llama una rubia y casi sin mirarme me da todos los formularios que tengo que llenar más unos papelitos chiquitos y mal recortados que tienen un par de instrucciones de lo que hay que hacer en cada paso del trámite. Me dice ¨Llenalos y esperá que te llamamos por tu nombre¨. Ok. A la gente en general le cuesta mucho seguir esta instrucción y después de llenar el formulario vuelven al mostrador y le preguntan a la rubia qué hacer ahora y la rubia, siempre, a todos: “Esperá que te llaman por el nombre”.

La única duda que tengo mientras lleno los formularios está en la parte donde dice ¨Familia. Edades:¨. Le pregunto a la chica rubia si tengo que poner si tengo hijos y me contesta ¨Familia. Edades¨. Ok. A un señor también le cuesta entender esa parte y se acerca a otra de las que atienden y le hace la misma pregunta que ella le responde lo mismo que la otra a mi y él ¨¿Pero mi mujer y mis hijos o mis padres y hermanos?”. Y ella “Los que vos consideres tu familia”. Y el “Todos son mi familia” (conurbano). Y ella “Buó, si no sabés a quién considerás más familia…”

Una gorda inmensa –inmensa- se levanta de la silla donde estaba, al lado mio, y va atrás de los mostradores y se apoya en un escritorio de una de las empleadas, o sea, se apoya en el lugar que pertenece a ellos, a los otros, a los empleados públicos, su lugar, su despachito, su escritorio, su mundo munipa. La empleada le pide que se corra y la señora le replica algo que no escucho entonces la empleada llama a las mujeres policías que están ahí (unas chicas divinas, divinas, divinas. Sin ironías) y mientras las policías hablan con la gorda la empleada mira a una gorda muy similar que está sentada a unos metros mios y le dice ¨¿Vos estás con ella? Se siente mal, ¿por qué no la ayudás?” y la gorda desde su asiento le grita a la otra ¨Vení, qué te pasa, sentate acá” y la otra viene con dificultad, transpirada, rezongando, hablando por lo bajo, maldiciendo en varios idiomas. se sienta y le dice “Esta cagona de mierda, le digo que me siento mal y llama a la policía, botona puta”. Y a los pocos segundos agrega, casi gritando “Parece que a las señoritas les molesta que yo esté parada detrás del mostrador, como si fueran las únicas que trabajaran”. Nadie dice nada. Nadie mira nada. Nadie asiente ni discute ni defiende ni a una ni a la otra.

Los señores que van a renovar la licencia no tienen ni paciencia ni desodorante. El olor del lugar es asfixiante, la gente se pone de mal humor, los tapizados de las sillas geden y largan aire caliente cada vez que alguien se sienta. Hay una nena que es la hija de un grandote que está en pantalón de jogging acomodando cosas y como todavía no debe haber empezado ninguna colonia lleva a la nena al trabajo y ella chocha trabaja a la par de las empleadas de la oficina, sale del detrás de esos paneles grisáceos que dividen el mundo de las chicas del mundo munipa del resto de los y grita nombres, pregunta cosas, llama a una y a otra, se traslada de una punta a otra con una pila de papeles y tiene nueve o diez años. Y está fascinada. Hay un bebé que llora. Un señor que no entiende dónde tiene que sacar el número. Una empleada que no entiende a un viejo que le pregunta cosas.

Me llaman después de media hora y después de haber visto a unas cincuenta personas quejándose porque el tiempo el calor la humedad el tiempo el calor la humedad el tiempo el calor la humedad. La chica que me saca la foto es una rollinga old school, me dice ¨Vieji poneme el pulgar acá, vieji mirame a la cámara, vieji saliste joya¨. El examen de vista lo paso raspando y sé que lo paso raspando porque apoyo la frente y la médica no me ve pero yo achino los ojos y hago una fuerza bruta y miro varias veces la línea que tengo que leer para terminar leyéndola muy rápido cuestión de que si me equivoco la minita no se de cuenta.

El exámen psicológico son dos ejercicios de lo más boludos y me siento muy capa mundial porque los entiendo de una y los termino antes que todos. Un chico de dieciocho le entrga la hoja a la psicóloga con el trabajo terminado y ella le dice “No, hiciste todo mal, hacelo de nuevo, dale, sentate, yo tiro esto y vos empezá de nuevo, dale, andá”. El chico le agradece y sonríe y yo pienso “Qué tramposo”.

La nena de nueva me llama por mi nombre de pila para que entre a dar el teórico, me resulta muy raro tener que responder delante de ella pero me parece tan pilla que le sigo el juego. Tengo que apretar las respuestas en una pantalla con la uña y sólo con la uña porque con el dedo no funciona. Son veinte preguntas y tengo quince minutos pero en menos de diez termino. En varias dudo y en algunas estoy casi segura de que respondí mal pero cuando llego a la última y me da la posibilidad de revisar el examen le digo que no. Tengo calor, hambre, estoy cansada, si no calculé mal tengo que haber aprobado. 85%. Aprobado.