sábado, 31 de diciembre de 2011

Repetimos deseo

Por un 2012 con el doble de risas,
¡salú!






Y como pedimos un 2010 con el doble de risas que el 2009 y después un 2011 con el doble de risas que el 2010 y todo se cumplió, podemos afirmar que este año explotaremos el termómetro de felicidad.

domingo, 25 de diciembre de 2011

El invencible

Walter es el borracho del lado de Ramos donde viven mis viejos. Lo conocemos todos y para todos siempre interpretó ese papel específico del barrio. Nunca se le conoció algún trabajo, nunca se le conocieron novias ni familia ni casa. Walter era simplemente parte del paisaje de la plaza donde pasé casi toda mi adolescencia. A veces estaba con un perro medio oloroso, que venía corriendo y se tiraba con nosotras, que tomábamos sol y mate indistintamente; y esperábamos que llegara el grupo de pibes que nos copaba. El perro era cariñoso y Walter no. Walter era inofensivo. A veces venía y charlaba o trataba de charlar y nosotras lo escuchábamos porque la plaza venía con Walter y si no querías a Walter tenías que irte a otra plaza. Walter era un ciruja de esos que nunca jamás pueden hacerte nada malo y que, por el contrario, te dan la seguridad de que nunca nada malo puede pasarte si él está alrededor.

Hoy a la mañana me lo crucé a Walter. Yo estaba con papá en el auto mientras mamá estaba en el super comprando cervezas. Walter estaba en la puerta del super con una botella de quilmes recién abierta. Estaba afeitado y vestía un traje azul marino con una corbata celeste y unos zapatos negros. Estaba todo prolijo pero nada era estéticamente lindo. Porque no importa lo que se ponga, Walter siempre será un pordiosero: a Walter no le combinan los trajes.

En el cuello tenía dos nunchaku, uno de madera y uno de ¿hierro?. Charlaba con un señor que tenía un pantalón celeste cortado por debajo de las rodillas y andaba en una bicicleta rosa con cuadro de mujer. Papá y yo los mirábamos atentos pero ninguno de los dos decía nada. "¿Sabés cómo lucha éste?" dijo papá. Y después se extendió un poco, me contó que a veces no puede pararse de lo borracho que está y a veces está muy bien. Pero que los nunchaku los maneja como si fueran extensiones de sus manos. Y después me dijo "Trabaja acá, está de seguridad".

Walter estaba sentado sobre dos cajones de botellas de cerveza y empinaba la suya y era cantado que en diez minutos no le quedaba más. Clavaba la mirada en el piso y parecía que se estaba quedando dormido pero enseguida levantaba la cabeza y volvía a tomar un trago. Miraba para una esquina y para la otra y después de nuevo al piso y después de nuevo un trago. Vi que tenía un cartelito enganchado del bolsillo del saco. Enfoqué para ver: Walter Bruce Lee, decía.

Walter Bruce Lee.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Maquillaje

Para una navidad, cuando mamá consideró que ya estaba en edad de maquillarme, me regaló una Pupa.
Ese verano, en Villa Gesell, me pinté como una puerta desde el día uno hasta el día quince.
Después se me pasó un poco.
Después se me pasó casi del todo.
Hoy me maquillo una vez por mes, como mucho.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Todas las señoras que atienden la recepción y la administración de la clínica

Mujeronas con tinturas rubias o coloradas con raíces crecidas y puntas florecidas. Mucho maquillaje especialmente en las pestañas y muchas sombras de colores estridentes que no sé si eran por la ocasión especial de "víspera de noche buena" o son una costumbre de todos los días: verdes y celestes brillantes. Los uniformes impolutos y perfectamente planchados: unas blusas de seda blancas con vivos azul marino y un pañuelo en el cuello con un moño muy parecido a los moños que usan en Uruguay los alumnos del colegio primario (moño al que los uruguayos denominan "la moña"). Muchos accesorios: reloj, pulsera, collar, cadenita y varios anillos. Las manos con uñas esculpidas y esmaltes brillantes al que deben llamar pintauñas. Así le dice mi mamá.

Deben ser Gracielas, Estheres, Estelas o Normas.

Sucio

Paternal es uno de los barrios de capital que más me gustan porque me hace acordar mucho al Conurbano.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Tengo el novio más inteligente, divertido y lindo del mundo

Mucha tristeza felicidad tristeza felicidad pero cuando pienso en eso del título se me pasa todo lo malo y tengo una sobredosis de felicidad que me alcanza y sobra para el resto de la vida.

Ansiedad

Quiero que pase muy rápido la navidad porque tengo ganas de subirles fotos y mostrarles los regalitos que hice para toda la gente que quiero mucho muchísimo.

Aclaración: espero que no se ilusionen con regalos de alta gama porque mis manitos no tienen tanta cancha con la máquina de coser.

Así me agarra fin de año

Fin de año me agarra así como dije en el post anterior: feliz triste feliz triste etcétera. A mi toda la época de navidad y año nuevo me ponen tan contenta y feliz que me vuelvo una estúpida que se la pasa mirando lucecitas intermitentes y arbolitos de cualquier color. Nochebuena y navidad es felicidad absoluta por mis sobrinos y tristeza inmensa porque estaré lejos de mi novio. Año nuevo es felicidad inmensa porque ¡es año nuevo! y es tristeza infinita porque estaré lejos de mi hermana.

El desempleo no es algo con lo que me esté llevando del todo bien, pero no por el desempleo en sí sino por la falta de plata. Es acá donde los polos feliz-triste se van alternando tan rápido que me marean y me dejan de cama. Descubrí que podría vivir sin trabajar. Lo dije antes de ayer y lo repetí ayer: levantarme y tener todo el día, todos los días para mi. Jugar a lo que se me cante: leer, mirar películas, salir a andar en bici, cuidar las plantas, cocinar, escribir, coser, mirar el techo y pensar, escuchar música, armar un rompecabezas, salir a correr o a nadar. Las posibilidades son infinitas. Los juegos son infinitos. Si no necesitara el dinero que me da el trabajo, repito, sería la persona más feliz del mundo sin trabajar. Me imagino levantándome y mientras me preparo el desayuno pienso qué tengo ganas de hacer hoy. Y si tengo ganas de hacer origami me siento en la mesa a doblar papelitos hasta que se me vayan las ganas o hasta que se haga de noche o hasta que me agarre hambre o hasta que tenga ganas de hacer otra cosa. Y no estar obligado a terminar nada de nada. Terminarlo porque tenía ganas de terminarlo. Pero mi mundo no funciona así y la plata la necesito igual, así que voy preocupándome de a un rato por día, pensando que nunca más me van a llamar de ningún lado, que voy a tener que trabajar en cosas horribles, que me voy a oscurecer tanto que voy a terminar desapareciendo. En general esos ratos de preocupación se dan a la tarde. Por la mañana soy una felicidad con piernas y un qué-ten-go-ga-nas-de-ha-cer que me vuelve loca de la alegría.

Qué lindo sería no tener la necesidad de trabajar nunca más. Si mis padres leyeran esto les daría una vergüenza bárbara: para ellos viene Dios, la cultura del trabajo y pegada a la cultura del trabajo la dignidad.

Además, estoy feliz porque estoy dejando de fumar de nuevo. Todo empezó después de una extracción de una muela de juicio. Van poquitos días y tuve una recaída de un cigarrillo una noche medio bajón. Pero así como tuve esa recaída, tuve obstáculos muy muy grandes como reuniones con amigos y reuniones con alcohol que no completé con ningún cigarrillo. Extraño una barbaridad el cigarrillo y todos los días pienso que debería volver, pero después huelo mi ropa y huele rico y huelo la comida y huele rica y huelo mi aliento y no es tabaco y se me pasan las ganas de volver a fumar. Tengo ataques de ansiedad y tengo atanques de "me como todo".

Por las noches estoy mordiendo fuerte de nuevo (quisiera decir "estoy bruxando" pero no sé si es correcto) y a la mañana me levanto y siento que tengo la mandíbula corrida de lugar. Es un poco desesperante pero sé que son nervios: la semana que viene tengo que hacerme un estudio con anestesia general. Me digo muchísimas veces que no es nada grave, pero lo cierto es que tengo un miedo de la concha de la lora. Básicamente, pienso que no me voy a despertar nunca más. Pero no es grave. No es grave. No es grave. Esto del médico me tiene tristísima. Yo nunca iba al médico y entonces nunca estaba enferma, pero desde junio estoy yendo de médico en médico no porque esté recontra enferma sino porque estoy con algunas cositas mínimas y además porque me atiendo por la obra social del monotributo que es todo "tengo turno para el mes que viene". Voy al ginecólogo y pum, el estudio con anestesia general. Voy al cardiólogo por el riesgo quirúrgico y pum, algo raro en el electro: "¿Fumás? ¿Tomás? ¿Hacés ejercicio? ¿Tomás cocaína? ¿Segura que no tomás cocaína? Es que tenés algo medio parecido a los que toman, ¿segura que no tomás?".

Tengo más cosas por las que estoy feliz y triste pero ya me agarró fiaca. No tengo más ganas de escribir y hoy, que todavía puedo pensar en qué tengo ganas de hacer (e ir y hacerlo), lo voy a aprovechar.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Capaz más tarde desarrollo

Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste. Feliz. Triste.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Ruda macho

1. Para los momentos de nervio extremo, tengo una colección de anécdotas boludas que saco a relucir porque sacar a relucir una anécdota boluda en un momento de nervio extremo es como decir "no es tan grave, pelotuda, relajate".

2. Las entrevistas laborales me parecen la pedorrada más grande del universo. Las odio y sufro por igual y el odio y sufrimiento se combinan generando el nervio extremo del que hablaba en el punto 1, así que siempre, sin importar el puesto para el que me estén entrevistando y sin importar si conozco o no al entrevistador, largo un anécdota boluda para ponerme cómoda.

Ayer llegué a una entrevista y no sé cómo introduje lo que me había pasado en el colectivo: subió una señora de unos cien kilos, con el pelo cortito casi rapado, un poco colorado y otro poco morocho. Llevaba un bolsón gigante con una tonelada de ruda macho que enseguida se puso cómoda -la planta- y desperdigó todo su aroma a curandera. Repito que no sé cómo introduje el tópico ruda macho en la entrevista, pero conté todo esto y agregué que si tenía olor a ruda macho no era mi culpa, que no era que me había perfumado con nada para obtener ninguna buena energía.

Hubo carcajadas.

Después, la entrevista.
A la tarde le mandé un mensaje a Juan diciéndole: "Siempre me parece que lo que me preguntan en las entrevistas son pelotudeces pero tampoco se me ocurre qué me preguntaría a mi misma si tuviera que entrevistarme para un trabajo".

domingo, 11 de diciembre de 2011

Lo único que quiero

Sánguches de milanesa.

Lo primero que pensé

Jueves
"¡Hay que armar el arbolito!". Lo pensé con mucha, muchísima alegría. También con mucha, muchísima ilusión. Es el primer año desde que vivo sola que tengo arbolito. Limpié toda la casa, incluyendo en la limpieza los vidrios de todas las ventanas y después armé el arbolito y después lo fui paseando por todo el departamento para encontrar el espacio perfecto. No sé si lo encontré, pero unos días más tarde mamá entró al departamento y miró para todos lados y preguntó "¿Y el arbolito?". Bueno, el arbolito estaba al lado de ella y ella no lo vio. Tiene bolas rojas y grullas hechas en papel metalizado y un juego de luces de muchos colores que pienso prender todos los días. 

Viernes
"¡Mañana voy a invitar a comer a mis papás así ven el arbolito!". Lo pensé, también, con muchísimo entusiasmo. No sabía si aceptarían porque la última vez que vinieron, hace ya varios meses, mientras terminábamos de almorzar escuchamos que en la vereda rompían un vidrio y después empezó a sonar una alarma y cuando nos asomamos nos dimos cuenta que eran el vidrio y la alarma del auto de mi papá que de un segundo a otro se quedó sin stéreo. Sin embargo aceptaron sin problemas.

Sábado
"No te puedo creer que tengo que ponerme a cocinar la puta madre que lo parió". Ya había prometido milanesas. Sin ilusión ni alegría ni entusiasmo las cociné y lavé el trapo rejilla para que quede reluciente como le gusta a mi madre. Miré la asunción y toda la bola y me emocioné en varias partes. Después de almorzar repitieron el juramento y volví a verlo con mis padres y los tres nos emocionamos en la misma palabra. Juan no. No se emocionó con esa palabra y por dentro debió haber pensado que estaba rodeado de tres pelotudos. No le robaron el stéreo. Las milanesas salieron muy ricas. La torta de frutillas también.

Domingo
"Qué ganas de cocinar". Pensé eso, literal, sin especificaciones de ningún tipo: no sabía si salado dulce en mucha cantidad o un bocadito, pero tenía que cocinar. Con resaca, ojeras y el mismo vestido y zapatos de anoche, hice unas galletitas de avena que resultaron se un furor para mi, para mi novio, para su amiga que está viviendo acá y para los dos muchachos que también están viviendo acá y son actores.

Me parece ideal que ahora, que está terminando este fin de semana tan largo, se largue a llover.

Pitucones

Pasaba mucho tiempo arrodillada y todas las rodillas de mis jeans pasaban del azul oscuro al blancuzco desagradable hasta que terminaban por romperse y mamá le cosía unos pitucones.
Cada vez que mamá me compraba un nuevo par de jeans oscuros me los entregaba con la advertencia "no te arrodilles mucho que se arruinan muy rápido". Y yo, que no gustaba de tener las rodillas blancuzcas o gastadas o rotas o con pitucones, me prometía que esta vez no, que no iba a arrodillarme más de la cuenta, que no iba a dejar que se gastaran y rompieran mis nuevos y flamantes jeans.
Nunca pude cumplirlo.
Nunca tuve jeans con rodillas oscuras.
Todo fue blancuzco, gastado y con pitucones encima.