jueves, 29 de enero de 2009

No me gustan

Las personas que hablan excesivamente de su personalidad. Por ejemplo, vos y tu progresismo hablado me tienen los ovarios al plato. Así, de una, sin sutilezas. Me resulta demasiado gracioso (tanto que ya me causa mal humor) que la validación de tu existencia esté basada en la insistente repetición de lo progre que sos. No niego que lo seas, solo me aburre que dediques tu preciado tiempo a comunicarnos verbalmente cuán progre sos. Menos palabras chiquita, y un poquito más de acción. Aburrís. Si vas a venir a darme una lección sobre la vida en la villa, andá y fijate cómo viven ahí. Sino, chiruza, te paso el trapo, porque yo sí viví ahí. A mamá mona, no.

jueves, 22 de enero de 2009

Del papel del fin de semana

Encontré anotado ésto, que me pareció poco original, pero demasiado cierto:

En el manejo de la voluntad ajena reside el crecimiento del poder propio.

miércoles, 21 de enero de 2009

Una idea perdida

A veces me encantaría tener un enano en la cabeza que vaya tipeando lo que pienso en momentos donde me siento creativa o, al menos, minuciosamente observadora.

No quiero decir con esto que considere que las ideas que vienen a mi cabeza sean especialmente geniales, creativas o de minuciosa observación. Solo tengo la extraña sensación de que todas esas ideas que alguna vez pasaron por mi cabeza y no fueron exteriorizadas, luego quedan perdidas en el cráneo sin saber bien de dónde vinieron, o para qué.

El fin de semana fui a un lugar espatosamente atractivo, y se me vinieron al menos diez ideas para cuentos o divagues. Anoté algunas frases que se me pasaron por la cabeza, pero esta maldita costumbre de tener computadora a mano todo el tiempo hizo que mis dedos se atrofiaran a la hora de escribir con lápiz y sobre papel. Me cansaba.

Ahora esas ideas resuenan en mi cabeza como ecos de unas campanadas que el domingo sonaban nítidas y cercanas. Ahora simplemente son ecos. Están ahí, dan vueltas por mi cabeza, pero no logran saber de dónde vinieron ni para qué. Y, lo peor, yo las persigo pero no logro alcanzarlas.

lunes, 19 de enero de 2009

Callate, querés

Luego de mucha observación silenciosa, he llegado a una conclusión que de alguna manera, me exaspera. Mucha gente está adquiriendo un vicio espantoso: la comunicación basada en el grito indiscriminado.

Cualquier estímulo es suficiente para que los interlocutores enfaticen aplabras o frases a través del recurso mas peligroso pero efectivo: el vozarrón imperativo. La poca tolerancia hacia lo que dice el otro, trae aparejado al "No", o al "Nada que ver" o al "¿No ves que sos un pelotudo?" un vozarrón que sale de las entrañas y no le da lugar a ese otro.

Le prohibe la voz, su voz, imponiéndose por volumen (por nivel, lo mismo da). No importa lo dicho, importa lo fuerte, sobrevive lo imperativo, se prohibe el susurro, sobrevuela la negación del otro, importa el cómo, triunfa el mas gritón.

miércoles, 14 de enero de 2009

Algunos días

Algunos días llegás con ese pésimo humor que no te caracteriza en lo absoluto. Saludás a modo de trámite, te quejás por alguna nimiedad y te encerrás a pensar en andá saber qué cosas que puedan andar rondando por tu cabeza.

Algunos días yo me pongo todas las pilas del mundo aunque haya tenido un día de mierda, para que te pongas contento. Te ofrezco mate, tostadas, sanguchito o unas facturas. Y no es que para mi la felicidad pase sólo por lo alimenticio, es simplemente que nunca aprendí (o nunca me enseñaron) qué se hace cuando el otro está bajón.

Algunos días además te cuento chistes estúpidos o me invento anécdotas para robarte alguna sonrisa. Propongo ver alguna película en francés, solo para que sientas la satisfacción de entender todo lo dicho sin la necesidad de leer los subtítulos. O me acuesto al lado tuyo y te hago mimos en la espalda, o masajes en las pies porque capaz lo que te pasa se arregla con imposición de manos y no con un sanguche de jamón y queso.

Algunos días hago todas esas cosas a pesar de haber tenido un día de mierda, y lo que recibo a cambio es la muestra constante de poder hacerte sentir mejor. Una sonrisa, una caricia, una aceptación de sanguchitos.

Pero hoy no. No tengo la paciencia para verte caminando con los pies arrastrados ni para seguir preguntándote una y mil veces qué necesitás, cómo te puedo ayudar. Hoy no tengo ánimos para hacerte una silenciosa compañía mientras vos resolvés mentalmente andá a saber qué cosa.

Hoy no corazón. Hoy curtite. Porque la que hoy necesitaba un levante de ánimo urgente era yo. Turnémonos para el bajón, no seamos tan tontos.

domingo, 11 de enero de 2009

Sobre la Navidad

Cuando era chica existía Papa Noel. Tengo fotos con el entregándome los regalos. Después, cuando supe que no vivía en el Polo Norte ni tenía enanitos fabricadores de juguetes, tampoco dejó de existir. Porque seguía existiendo la Navidad. Y a mi eso me bastaba. O debería decir, nos basataba.

Mi hermana y yo éramos fanáticas de la Navidad. Nos encantaban las casas decoradas y después de hinchar muchos años, logramos que mi madre comprara unas guirnaldas hermosas, y que cambiara el arbolito por uno mas tupido. Nos divertía que la cena se organizara en casa. Buscábamos manteles especiales para la ocasión y organizábamos cada segundo de la noche, cada plato, cada comida, cada paso a seguir.

Papá Noel ya no existía como yo lo veía cuando era una nena. Papá Noel ahora era mi hermana, y yo era el suyo. Nos comprábamos regalos sorpresas y jodíamos las semanas previas tratando de descubrir qué nos iba a regalar la otra. No importaba si el regalo fuera un ganchito para el pelo, un collar o un muñeco de peluche. Lo importante era la sorpresa.

Después mi hermana se murió. Y se llevó consigo mi Navidad, y la de toda mi familia. Ya no hay cenas organizadas en casa, y durante algunos años tampoco ninguno se animó a armar ese arbolito que tanta alegría nos había causado en algún momento y que ahora solo traía una melancolía enorme. Un vacío incapaz de llenarse. Tampoco hay fuegos artificiales. Eso me parte el alma. Cuando sonaban las doce, y después de esos brindis de rigor, con mi hermana salíamos al patio, o a la vereda, o al balcón o donde fuera (no importaba en lo absoluto) a ver las lluvias de colores que coloreaban ese cielo que ahora, en Navidad, siempre veo gris y aburrido.