sábado, 31 de mayo de 2014

Viajar en avión

En el avión de ida me sorprenden tres cosas:
-La enorme cantidad de gente elongando durante el vuelo.
-La enorme cantidad de niños que viajan.
-La enorme cantidad de tiempo que una madre mira a su bebé.

Del primer punto agrego: me dieron envidia y quise saber qué ejercicio tenía que hacer para que me dejaran de doler las piernas pero lo quise saber naturalmente, como si alguien me lo hubiera enseñado hace muchos muchos años cuando todavía no tenía memoria y todavía pudiera recordarlo. Es decir: soy muy vaga para ponerme a buscar ahora qué elongar o qué hacer para que el cuerpo descanse un poco durante un vuelo.

Sobre el segundo, fácil: temí que los niños rompieran mucho las pelotas pero por suerte no.

Del tercero: la joven madre se pasó el vuelo mirando fijo a su bebé que se portaba de mil maravillas. Se quedaba parada al lado de la cunita y lo miraba, si se le cerraban los ojos se tomaba un café, si el marido estaba sosteniendo al chiquito ella se sentaba en el apoyabrazos y los miraba, fijos, como si con la mirada pudiera controlarlo todo.

No conocía el aeropuerto de Londres. Es enorme y, como en todos los aeropuertos, tiene un tiempo propio que no tiene nada que ver con el tiempo que vivimos día a día. En los aeropuertos la hora es indefinida siempre y por eso siempre hay un desfile de cosas que en cualquier otro lugar no podrían estar juntas: alguien tomando un café y desayunando mientras otro come caviar en la barra de un restorancito bastante lujoso. Unas señoras pitucas comprando en Prada, en Hermes, en Jo Malone, en Harrods, en Chanel. Unos mochileros durmiendo en unas sillas, las azafatas impecables, los demás con ojeras, el freeshop de bebidas lleno de asistentes con delantal, cara de borrachos y con consejos sobre qué whisky comprar, las de la perfumería, impolutas. Un reventado con cara de resaca durmiendo la mona apoyado en una pared, todos conviviendo ahí, hermanados en una gran sala de espera donde se puede hacer cualquier cosa porque total nunca se sabe bien qué hora es.

jueves, 22 de mayo de 2014

Europa 2014

En menos de una semana me voy de viaje.
De nuevo.
Y este año me pregunto: ¿Podré terminar el nuevo diario de viaje que vuelve a empezar un 27 de mayo?

Doy vueltas desde hace quince días pensando si publicar o no el diario de viaje en este mismo blog. El motivo es muy simple: me dan vergüenza el 85% de las cosas que están publicadas acá. Los amigos de twitter podrían apedrearme si leyeran las cosas que escribía en el 2008, cuando era buque, medio buscapija, un poco twittera mágica y bastante putita culposa (¡cuánta endogamia twittera en una sola oración!).

Pero como desde que tengo memoria todas las batallas me las gana la vagancia acá estoy de nuevo, porque no me dieron ganas de abrir otro blog más, porque no se me ocurrió siquiera un nombre para un posible blog del nuevo viaje y porque sí, porque acá está lo que era y puede estar lo que soy. Y aunque todos tenemos un pasado oscuro que nos avergüenza (fuimos hippies, fans de Ráfaga, sucios,  tuvimos ataque psycho killer con algún novio o nos dejamos basurear por algún boludo) nunca hay que dejar de hacerse cargo. Yo fui muy boluda y lo conté acá. Ahora crecí, sigo siendo la misma boluda pero lo disimulo mejor.

Este año me voy de nuevo con Juan, de nuevo a Europa pero ahora a Europa del este.
El recorrido es Praga, Budapest, Bucarest, Estambul. Ahí hay una pausa de una semana que todavía no está definida y que se supone será más intuitiva, mochilera y aventurera. Lo más posible es que terminemos yendo a Belgrado pero todavía tengo ciertas esperanzas de animarme a subir a un micro que me lleve a algún lugar perdido de los Balcanes. La última semana del viaje es en Ljubljana, Eslovenia. No sé ni qué hay ahí ni qué hay en el resto de los destinos. Ayer la del banco me preguntó cuatro veces cómo se nos habían ocurrido esos destinos y ninguna de las cuatro supe qué contestarle y a la cuarta vez me dio un poco de mal humor que insistiera.

Este año no llevo el mate. Temo arrepentirme.