Qué mal humor tenía anoche conmigo misma. Quería ponerle pausa a mi cabeza y dejar de pensar al menos dos segundos. Pero no podía. Traté de distraerme escuchando música, leyendo un libro, mirando una película, comiendo porquerías. Nada. Pensaba, pensaba y pensaba. Imaginaba escenas. Inventaba historias. Construía diálogos. Soñaba despierta. El autocontrol que tuve hasta hace un par de días se estaba yendo al carajo, y no podía parar. Intenté, en vano, sacudirme todas las ideas de mi cabeza, esconderlas en el inconciente, olvidarme que existen, hacerlas aparecer sólo en mis sueños. Y no. No sucedió. Seguí pensando, pensando, pensando. No atendí el teléfono, no podía parar de pensar. No hablé siquiera con mi madre. Me bañé con agua fría, y aun así seguía pensando. Me acosté y traté de dormir. Demoré casi dos horas. Dos horas interminables, en las que ni siquiera dejé de pensar por un segundo. Mierda. No quiero ser minita, es agotador.
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