Y así como con la familia de mi padre la humillación era moneda corriente, con la familia de mi madre era todo lo contrario.
Por ejemplo, una Nochebuena fuimos a cenar a la casa de una de mis tías. El trato era este: cada uno llevaba lo que podía. Había algunos que llevaban un pollo al horno, o una ensalada rusa, o un matambre, o una botella de jugo Swing. No importaba lo que fuera, había que llevar alguna cosa. Y había otra condición: todos los adultos y los que ya sabían de la no existencia de Papá Noel, tenían que llevar regalos de un valor menor a $5. Podía ser menos, por supuesto, pero nunca más. La cantidad de regalos podía variar, pero había un mínimo: uno por persona.
Cuando llegamos, y escapando de los más pequeños, que ya andaban mirando al cielo para ver si se encontraban con Rudolph o alguno de esos, todos los regalos se metieron en bolsas de consorcio y se escondieron en una habitación que prácticamente quedó clausurada hasta la llegada de Papá Noel.
A las doce en punto todos los chicos corrieron a la entrada de la casa, y salieron a la calle para ver si pasaba el regordete simpaticón. Mientras tanto, adentro, sacábamos apurados las bolsas y las acomodábamos en el medio del patio. Cuando los chicos llegaran, Papá Noel ya se harbía ido.
Pero Papá Noel no había dejado sólo las bolsas, también había dejado un sobre, y dentro del sobre una esquela. Los nenes miraban fascinados las bolsas y deducían la manera en que el regordete se había escapado. Miraban al cielo y trazaban líneas imaginarias, de recorridos fantásticos, o tiraban una tipo “él desaparece cuando quiere… ¡¡es Papá Noel!”.
Cuando más o menos se tranquilizaron un poco, una tía los sentó en ronda y leyó en voz alta la carta de Papá Noel: “Mis queridos, este año vamos a hacer un juego. Todos se van a poner en filita y van a ir pasando a sacar un regalo de la bolsa. El que saquen, será su regalo. Disfrútenlo. Los veo el año próximo”.
Para los chicos ese ya era un regalo casi supremo. Que Papá Noel mismo, de puño y letra, les hubiera escrito una carta a ellos era mucho más de lo que podían pedir. A ningún nene del mundo el regordete le escribe, pero a ellos sí. Y eso ya los había hipnotizado de manera tal que por lo menos por un año más creerían en él.
Así, todos nos pusimos en fila y fuimos pasando a sacar de la bolsa nuestro regalo. Y nada era mecánico. Con cada familiar se armaba una ceremonia divertida en la que se cantaba, se mareaba al participante o se le hacía encontrar la bolsa con los ojos tapados (onda piñata).
Cuando terminó la primera ronda, todavía quedaban muchos regalitos en las bolsas. Así que hicimos dos rondas más, todas igual de jolgoriosas y colmadas de felicidad. Los chicos no salían de su asombro. Los grandes nos mirábamos de manera cómplice adivinando quién había comprado qué, y riéndonos de ciertas ocurrencias regaleriles.
Tipo tres de la mañana, con tres regalos cada uno de los adultos y cuatro los chicos, nos fuimos a nuestras casas. Esa fue una de mis mejores navidades: mi navidad semi comunista.
Por ejemplo, una Nochebuena fuimos a cenar a la casa de una de mis tías. El trato era este: cada uno llevaba lo que podía. Había algunos que llevaban un pollo al horno, o una ensalada rusa, o un matambre, o una botella de jugo Swing. No importaba lo que fuera, había que llevar alguna cosa. Y había otra condición: todos los adultos y los que ya sabían de la no existencia de Papá Noel, tenían que llevar regalos de un valor menor a $5. Podía ser menos, por supuesto, pero nunca más. La cantidad de regalos podía variar, pero había un mínimo: uno por persona.
Cuando llegamos, y escapando de los más pequeños, que ya andaban mirando al cielo para ver si se encontraban con Rudolph o alguno de esos, todos los regalos se metieron en bolsas de consorcio y se escondieron en una habitación que prácticamente quedó clausurada hasta la llegada de Papá Noel.
A las doce en punto todos los chicos corrieron a la entrada de la casa, y salieron a la calle para ver si pasaba el regordete simpaticón. Mientras tanto, adentro, sacábamos apurados las bolsas y las acomodábamos en el medio del patio. Cuando los chicos llegaran, Papá Noel ya se harbía ido.
Pero Papá Noel no había dejado sólo las bolsas, también había dejado un sobre, y dentro del sobre una esquela. Los nenes miraban fascinados las bolsas y deducían la manera en que el regordete se había escapado. Miraban al cielo y trazaban líneas imaginarias, de recorridos fantásticos, o tiraban una tipo “él desaparece cuando quiere… ¡¡es Papá Noel!”.
Cuando más o menos se tranquilizaron un poco, una tía los sentó en ronda y leyó en voz alta la carta de Papá Noel: “Mis queridos, este año vamos a hacer un juego. Todos se van a poner en filita y van a ir pasando a sacar un regalo de la bolsa. El que saquen, será su regalo. Disfrútenlo. Los veo el año próximo”.
Para los chicos ese ya era un regalo casi supremo. Que Papá Noel mismo, de puño y letra, les hubiera escrito una carta a ellos era mucho más de lo que podían pedir. A ningún nene del mundo el regordete le escribe, pero a ellos sí. Y eso ya los había hipnotizado de manera tal que por lo menos por un año más creerían en él.
Así, todos nos pusimos en fila y fuimos pasando a sacar de la bolsa nuestro regalo. Y nada era mecánico. Con cada familiar se armaba una ceremonia divertida en la que se cantaba, se mareaba al participante o se le hacía encontrar la bolsa con los ojos tapados (onda piñata).
Cuando terminó la primera ronda, todavía quedaban muchos regalitos en las bolsas. Así que hicimos dos rondas más, todas igual de jolgoriosas y colmadas de felicidad. Los chicos no salían de su asombro. Los grandes nos mirábamos de manera cómplice adivinando quién había comprado qué, y riéndonos de ciertas ocurrencias regaleriles.
Tipo tres de la mañana, con tres regalos cada uno de los adultos y cuatro los chicos, nos fuimos a nuestras casas. Esa fue una de mis mejores navidades: mi navidad semi comunista.
8 comentarios:
Era cierto lo de la pulsión por escribir
me encantó....
tus posts me dan ganas de llorar, pero para bien. me emocionan.
dos, de verdad no sabés todas las cosas que escribí estos días. Mucho, enserio.
jade, viniendo de vos, sabés que para mi es un honor. Gracias!
Besos
Lindo! Mi mejor navidad creo que fue la que jugamos al tesoro escondido ... sí, sorprendentemente eran los regalos!!!
Ahora más de grande un poco (mucho) que no me gustan y me voy a dormir tempranito, pero buá ... tripa corazón que le 26 llega rapidito!
Besote Sra!
Che, lo dije de onda ehhh
daria, no te gusta papa noel???? claro, sos daria...
dos, obvio!! Sono fea mi respuesta?? No me tome ni un gramito a mal!
Besos
Mmmmm no, no es que no me gusta. No me gusta la navidat en gral .... qué sé yo ... suele ser una época triste, de sillas vacías y preguntas un tanto cómo decirte .... incómodas?
Sep, tenemos un ganador! incómodas!
Beso!
qué genial, envidio tu memoria.
qué genial
Publicar un comentario