Por ejemplo, algunas semanas soy una ama de casa de ley. Y no sólo realizo tareas de ama de casa, sino también tareas de “jefe de hogar”. Cocino el lunes mil cosas para toda la semana, compro frutas y verduras, preparo salsas, tomates disecados, hago milanesas y organizo las comidas de lunes a viernes. Pero también, y esto es lo que me hace el “hombre de la casa”, reparo canillas que pierden, instalo apliques de luz o pinto marcos de puertas o ventanas.
Y es que me da la siguiente sensación: vengo de ser la menor de tres, y la preferida de mi padre. Eso hizo que siempre fuera la elegida a la hora de ver quién, en verano y cuando no había nada que hacer acompañaba, a papá a trabajar en el taller. Y todas esas tardes en el taller grasiento hicieron de mi un ser absolutamente masculino a la hora de resolver problemas hogareños.
De aquella época, recuerdo con cierta melancolía los almuerzos y la vuelta a casa.
En el almuerzo vestíamos la mesa con un elegante papel de diario e íbamos al almacén de al lado a comprar pan, fiambre, sobrecito de mayonesa, sobrecito de mostaza y una gaseosa. Almorzábamos los tres (mi tío, mi papá y yo) mientras nos reíamos de pavadas (en realidad ellos reían y yo los acompañaba, aunque no tuviera idea qué era lo gracioso del momento). Luego seguíamos trabajando y antes de volver a casa nos lavábamos las manos con aserrín y detergente. Era la única manera de sacar la grasa de nuestras manos. Recuerdo el tachito blanco lleno de aserrín húmedo y la botellita de detergente genérico. Y por esas tardes de laburo en taller es que yo no me perdono no poder reparar las cosas que se van rompiendo en el hogar.
Me cuesta un poco arrancar. Por ejemplo, la luz de la cocina estuvo rota durante meses. Y todos los días de esos meses yo prometía arreglarla aunque nunca lo hacía. Pero cuando me pongo, me pongo. Y soy obstinada, caprichosa. No me rindo facilmente.
Tengo la suerte de poseer un aliado: el ferretero de enfrente de casa. Un ferretero al que yo suelo referirime como Tino, aunque perfectamente sé que su nombre es Guillermo. Tino me explica cómo hacer la reparación y me vende los elementos e instrumentos necesarios. A pesar de ser un excelente maestro, siempre me da la sensación de que Tino no tiene fe en mi. Es por eso, que cada vez que salgo airosa en las reparaciones (o sea, siempre), corro hasta el ferretero y practicamente le grito desde la puerta que pude realizar el trabajo. Para mi sorpresa, Tino nunca muestra signos de alegría.
Podría llamar a mi padre y pedirle explicaciones a él, pero prefiero contarle después del arreglo. Lo llamo por teléfono y le cuento que cambié un cuerito, que arreglé una ventana que no cerraba o que instalé el aplique (no dejo de nombrar la infimnidad de herramientas que utilicé, aunque silencio los inconvenientes que se hayan presentado, haciendo como si nunca huberan existido). En el momento me felicita y yo noto su alegría. Pero más la noto cuando voy a visitarlo el fin de semana y me abraza, contento, casi al borde de las lágrimas, diciendo “hija ´e tigre”.
En cambio, otras semanas, como esta, llego del trabajo y me interno en el estudio a hacer nada, esucho música pedorra y alquilo películas malas, pido delivery y me ofusco si se quema una lamparita. Me enojo porque el señor que vive conmigo reclama alimento y me voy a dormir tipo once de la noche, sintiendo que, salvo las pocas horas que estuve en el trabajo, el día fue un derroche de nada. Lloro un poco y prometo que mañana haré tal o cual cosa. Después mañana no hago nada de lo que prometí, hasta que pasados unos días, o una semana, vuelve la ama de casa, vuelve el señor del hogar.
Y es que me da la siguiente sensación: vengo de ser la menor de tres, y la preferida de mi padre. Eso hizo que siempre fuera la elegida a la hora de ver quién, en verano y cuando no había nada que hacer acompañaba, a papá a trabajar en el taller. Y todas esas tardes en el taller grasiento hicieron de mi un ser absolutamente masculino a la hora de resolver problemas hogareños.
De aquella época, recuerdo con cierta melancolía los almuerzos y la vuelta a casa.
En el almuerzo vestíamos la mesa con un elegante papel de diario e íbamos al almacén de al lado a comprar pan, fiambre, sobrecito de mayonesa, sobrecito de mostaza y una gaseosa. Almorzábamos los tres (mi tío, mi papá y yo) mientras nos reíamos de pavadas (en realidad ellos reían y yo los acompañaba, aunque no tuviera idea qué era lo gracioso del momento). Luego seguíamos trabajando y antes de volver a casa nos lavábamos las manos con aserrín y detergente. Era la única manera de sacar la grasa de nuestras manos. Recuerdo el tachito blanco lleno de aserrín húmedo y la botellita de detergente genérico. Y por esas tardes de laburo en taller es que yo no me perdono no poder reparar las cosas que se van rompiendo en el hogar.
Me cuesta un poco arrancar. Por ejemplo, la luz de la cocina estuvo rota durante meses. Y todos los días de esos meses yo prometía arreglarla aunque nunca lo hacía. Pero cuando me pongo, me pongo. Y soy obstinada, caprichosa. No me rindo facilmente.
Tengo la suerte de poseer un aliado: el ferretero de enfrente de casa. Un ferretero al que yo suelo referirime como Tino, aunque perfectamente sé que su nombre es Guillermo. Tino me explica cómo hacer la reparación y me vende los elementos e instrumentos necesarios. A pesar de ser un excelente maestro, siempre me da la sensación de que Tino no tiene fe en mi. Es por eso, que cada vez que salgo airosa en las reparaciones (o sea, siempre), corro hasta el ferretero y practicamente le grito desde la puerta que pude realizar el trabajo. Para mi sorpresa, Tino nunca muestra signos de alegría.
Podría llamar a mi padre y pedirle explicaciones a él, pero prefiero contarle después del arreglo. Lo llamo por teléfono y le cuento que cambié un cuerito, que arreglé una ventana que no cerraba o que instalé el aplique (no dejo de nombrar la infimnidad de herramientas que utilicé, aunque silencio los inconvenientes que se hayan presentado, haciendo como si nunca huberan existido). En el momento me felicita y yo noto su alegría. Pero más la noto cuando voy a visitarlo el fin de semana y me abraza, contento, casi al borde de las lágrimas, diciendo “hija ´e tigre”.
En cambio, otras semanas, como esta, llego del trabajo y me interno en el estudio a hacer nada, esucho música pedorra y alquilo películas malas, pido delivery y me ofusco si se quema una lamparita. Me enojo porque el señor que vive conmigo reclama alimento y me voy a dormir tipo once de la noche, sintiendo que, salvo las pocas horas que estuve en el trabajo, el día fue un derroche de nada. Lloro un poco y prometo que mañana haré tal o cual cosa. Después mañana no hago nada de lo que prometí, hasta que pasados unos días, o una semana, vuelve la ama de casa, vuelve el señor del hogar.
4 comentarios:
Varias cosas varias .... de todo como en botica (Bergara RIPy que dios te tenga en la gloria, mirá)
1) Yo me acuerdo de los asados de la obra. Mi padre es decir Don Basiliusky, hacedor y constructor de casas a la obra nos llevaba.... nunca en la vida comí asados más ricos que esos que hacen los obreros en la parrillita del piso. (Excepto los del abuelo Negro, un manjar, una exquisitez, supremo, invencible ... lo podrán imitar pero jamás igualar)
2) La envidio por ser tan handy ... yo no puedo. Yo grito GRILLOOOOO!!!! Y ahí viene mi hno cual caballero andante a salvarme! (siempre pienso que la mina que termine con mi hno se va a sacar la grande - sí se me cae la baba, y no... no es porque sea mi hno, claaaro!!! - sino porque un handyman siempre es bienvenido :)
3) Y lo de las semanas que sí y semanas que no ... y buá ces´t la vie! Bienvenida a la montaña rusa (sin Nancy ni Gastón) de la vida .... o como diría Calamerete (no sé qué me pasa, ni que me gustara tanto el señor ese, che ...)
"Hay días para quedarse a mirar
Hay días en que hay poco para ver...
Hay días sospechosamente light ..."
Así que nada ... que deberíamos (el nosotros es inclusivo porque yo tb me angustio) aprender a disfrutar más de la nada misma!
Beso! (mierda que escribí!)
1) Cada vez que paso por una obra y veo un asado me tiraría de palomita o dejaría que me hicieran todo lo que quieran a cambio de un choripan!!
2) Probás una vez, te sale algo bien, y no parás nunca en la vida. Así me hice handy....
3) El problema es cuando esas cosas se extienden por tiempo indeterminado, como todo este que anduve desaparecida. Ojo con Calamaro que es nocivo para la salú!!
Otro beso (y mierda que escribió!!)
Me hubiera encantado que mi viejo me enseñara habilidades por el estilo. es más, hubiese estado genial que me mandaran a un industrial!
Natalia, ir a un industrial debe ser la gloria absoluta. Igualmente animate!! Al principio todo parece imposible, pero te juro que si arrancás no parás!!
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