
Yo tenía seis años. Estábamos de vacaciones en Posadas, y en Encarnación me habían comprado un órgano Casio chiquito, colorado. Yo pasaba horas boludeando con él, hasta que empecé a tocar una melodía: El Golpe. La tocaba una y otra vez, la repetía, cansaba los oídos de mi familia. Mamá se hartó. Me preguntó si, al volver, quería que averiguáramos alguna escuela de música por el barrio. Contenta, dije que sí.

Empecé ese mismo marzo, y no falté ni una clase hasta que cumplí los dieciocho y creí que mi carrera musical debía terminar ahí mismo. Todavía me arrepiento.
Por la tarde estuve ordenando papeles y cosas que tenía sueltas en casa, y encontré todos mis libros de piano y mis partituras. Las ordené, las miré, y sentí por algunos minutos que quería volver a tocar. En algunos de los libros encontré algunas anotaciones que hacía con mi amiga Andy cuando todavía estábamos en el secundario. La más frecuente: mi supuesta firma de casada.

No hay comentarios:
Publicar un comentario