Cuando todavía vivíamos en Transradio, las noches de extremo calor dormíamos todos en la habitación de papá y mamá, que tenía aire acondicionado. Mis hermanos tendrían doce o trece años, y yo cuatro o cinco.
A mi me tocaba dormir en la cama grande con papá y mamá, mientras mis hermanos traían de la habitación de ellos sus respectivos colchones y los acomodaban al costado de la cama grande. El aire se prendía tipo ocho de la noche, y se cerraba la puerta de la habitación para que se fuera enfriando el ambiente. Mientras tanto nos bañábamos, cenábamos y lavábamos los platos (yo todavía era pequeña, así que en el momento de la tarea hogareña no tenía otro trabajo que mirar y aprender).
Nos acostábamos todos. Mamá era la última en apoyar la cabeza sobre la almohada. Llegaban algunos minutos de jolgorio familiar: papá hacía bromas pavas y todos nos reíamos porque cuando papá quiere puede ser muy gracioso. Pero sólo cuando quiere, sino parece un ogro sin remedio. Después de las bromas llegaba la hora de apagar las luces, y yo había inventado un método infalible para no sentir tan de sopetón la presencia de la horrible oscuridad. Antes que mamá fue a presionar el botón del velador, yo me acurrucaba muy cerca de la panza de papá y cerraba los ojos con tanta fuerza que podría haber sufrido un calambre en el cuello. Así, mientras mamá apagaba la luz, yo iba acostumbrándome a la oscuridad amparada en la panza de papá.
Me quedaba un ratito así, hasta que sentía que estaba acostumbrada a lo oscuro y abría los ojos, justo en el momento en que papá me cantaba (bien bajito para no molestar a los demás): Te voy a hacer los calzones, como los usa el ranchero, te los comienzo de lana, te los termino de acero. Yo me reía bajito, él me daba un beso, mamá pedía silencio por favor, y nos dormíamos.
Amanecíamos tapados con dos o tres frazadas.
A mi me tocaba dormir en la cama grande con papá y mamá, mientras mis hermanos traían de la habitación de ellos sus respectivos colchones y los acomodaban al costado de la cama grande. El aire se prendía tipo ocho de la noche, y se cerraba la puerta de la habitación para que se fuera enfriando el ambiente. Mientras tanto nos bañábamos, cenábamos y lavábamos los platos (yo todavía era pequeña, así que en el momento de la tarea hogareña no tenía otro trabajo que mirar y aprender).
Nos acostábamos todos. Mamá era la última en apoyar la cabeza sobre la almohada. Llegaban algunos minutos de jolgorio familiar: papá hacía bromas pavas y todos nos reíamos porque cuando papá quiere puede ser muy gracioso. Pero sólo cuando quiere, sino parece un ogro sin remedio. Después de las bromas llegaba la hora de apagar las luces, y yo había inventado un método infalible para no sentir tan de sopetón la presencia de la horrible oscuridad. Antes que mamá fue a presionar el botón del velador, yo me acurrucaba muy cerca de la panza de papá y cerraba los ojos con tanta fuerza que podría haber sufrido un calambre en el cuello. Así, mientras mamá apagaba la luz, yo iba acostumbrándome a la oscuridad amparada en la panza de papá.
Me quedaba un ratito así, hasta que sentía que estaba acostumbrada a lo oscuro y abría los ojos, justo en el momento en que papá me cantaba (bien bajito para no molestar a los demás): Te voy a hacer los calzones, como los usa el ranchero, te los comienzo de lana, te los termino de acero. Yo me reía bajito, él me daba un beso, mamá pedía silencio por favor, y nos dormíamos.
Amanecíamos tapados con dos o tres frazadas.
2 comentarios:
estoy leeyndo tus blogs, me encantaron mucho,
sos muy tierna
un gusto de encontrarte
Me gusta mucho como escribís y me puse a leer este blog...
No te puedo creer lo de la canción! Mi viejo me cantaba lo mismo! Es raro encontrar coincidencias en infancias ajenas.
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