miércoles, 1 de junio de 2011

Abandono

Son tres puertas a lo largo de un pasillo. Abro la primera y encuentro cuentas sin pagar, folletos de lugares de delivery, un panfleto de una inmobiliaria con nombre gracioso, es como un cuadernito chiquito, parece un pasaporte, la última hoja tiene impresos unos sellos, como si fueran destinos turísticos, sólo que acá dicen: Coghlan, Colegiales, Villa Urquiza, Palermo. Me causa un poco de gracia y lo guardo en la cartera. Me encanta amontonar porquerías en la cartera. Más adelante, en el pasillo, el piso está cubierto de caca de palomas. Lo salto y miro rápido para arriba, las palomas vuelan sobre mi cabeza y no me causa nada de gracia. Corro a la segunda puerta, la abro. Hace frío. Nunca da el sol en ese tramo del pasillo. Está oscuro, y tanteo pero no encuentro el interruptor para prender las luces. Tengo miedo. Abro la tercera puerta. El patio al que da esa puerta está lleno de hojas secas de una enredadera que se está secando porque el dueño vecino, un gordo feo que siempre hace ruidos con máquinas de imposible reconocimiento, la cortó. Abro la puerta ventana y antes de meter un pie en la recepción desactivo la alarma: siempre que voy a desactivar una alarma pienso que voy a equivocarme de clave, que va a sonar, que va a venir la policía, que no voy a recordar la palabra secreta, que me van a llevar presa, que por suerte tengo un amigo abogado. La alarma se desactiva sin ningún inconveniente y la película de acción y suspenso de mi cabeza queda inconclusa: con el abogado nunca concretamos.

Adentro está todo igual. Lamparitas quemadas. Papeles en el piso. El depósito a medio desarmar. Cajas. Más papeles sobre los escritorios. El tacho de basura con una bolsa que explotó y escupe agua podrida, agua mezclada con café mezclada con yerba mezclada con el aceite de una ensalada. Hay olor. Prendo las pocas luces que todavía funcionan. Voy hasta la oficina y en la oficina las cosas están desacomodadas como si alguien hubiera querido acomodarlas y en la mitad de la tarea se cansó o se aburrió y dejó todo así, desacomodado.

Todo tiene tierra. Los muebles, el sillón, los monitores, el piso, las alfombras. Se me ocurre que falta muy poco para volver a ir y que los muebles estén cubiertos con una sábana blanca, como pasa en las películas de terror cada vez que los protagonistas entran a una casa embrujada o llena de fantasmas. ¿Habrá fantasmas acá? En el baño la tierra se multiplica y me da impresión bajarme los pantalones para hacer pis porque la tierra de ese baño no es la tierra normal que puede haber en un lugar sucio o en un lugar deshabitado: es la tierra de las hormigas, la tierra que las hormigas sacan cada vez que salen a pasear por esos agujeritos que hay en la pared. Salen, sacan tierra, toman aire, un paseo, una cita, y vuelven. Son montículos de tierra, tierra granulada, parece chocolatada, parece lindo, natural, salvaje. Pero es feo, no es chocolatada, es tierra, son hormigas negras y grandes, culonas, las veo caminar mientras hago pis y me apuro pero no hay manera de apurarse en el baño. ¿Debería pisar los montículos de tierra? ¿Confundir a las hormigas? ¿Que piensen en un huracán, en un terremoto, en alguna desgracia de esas que destruyen el mundo? Me da demasiado asco como para ponerme a pisar montículos y aparte, estas preguntas me las hago cuando ya salí del baño. Y ni loca vuelvo a entrar.

3 comentarios:

Elio Puntieri dijo...

empecé a leerlo casi como al pasar, y no pude parar hasta terminarlo. muy bueno, de verdad.

Anabella dijo...

Pobres hormigas :(

Honey Blue dijo...

Donde es eso??