martes, 8 de agosto de 2017

Apuntes para un cuento que nunca voy a escribir

Mi boliche-puterío abandonado preferido queda sobre avenida Rivadavia a la altura de Ciudadela. Siempre que pasé de noche vi, desde el tren, una copita o una chica hechas de luces de neón que parecía vaciarse si era una copita o bailar si era una chica (¿tal vez era una chica con una copita?). En fin, una fachada oscura con ese motivo incandescente, un primer piso que creo tenía un cartel. ¿Qué decía el cartel? Pasé tantas veces que me enoja no tener almacenado cómo se veía, exactamente.
Cerró hace bastante, pero me di cuenta una noche, porque solamente en la oscuridad podía vislumbrarse qué era ese lugar. De día era simplemente una pared negra, una puerta negra, un toldo negro. Ahora está cerrado y ocupado. A veces paso y de las ventanas de ese primer piso cuelgan ropas que se secan al sol. Un día vi una chica asomada. Era joven y flaquísima, esa delgadez que confunde un cuerpo de mujer con uno de niño. Fumaba y miraba enfrente, donde están las vías del Sarmiento. Tenía una expresión aburrida, casi vacía. Entonces pensé que habían quedado atrapadas ahí.
Un par de prostitutas solas se habían apropiado del lugar. No habían echado a patadas a nadie, no las vi haciendo una revolución. Las vi la última noche de trabajo -ya con poco trabajo, con pocos clientes-, las vi esquivando la luz del día que empezaba a colarse esa madrugada de domingo, las vi despidiendo al último de los tipos, recordando las últimas palabras del dueño (imaginé un dueño horrible): esto no va más, hoy es la última noche. Las vi cerrando la puerta que da a la calle, las vi mirándose entre ellas una vez que las luces violetas estuvieron apagadas, una vez que el lugar se iluminó por los rayos de un sol que ya no intentaron tapar. Una vez que la música dejó de sonar, que lo único que se escuchaba era el tren pasar cada no sé cuántos minutos. Las vi mirando el piso alfombrado de colillas, los sillones húmedos, los vasos con marcas de rouge barato. Las vi sacándose los zapatos, caminando y acariciando los muebles, despidiéndose de andá a saber cuántas noches ahí. Las vi sonriendo. Las vi en tetas acomodando las sillas, descalzas y con las plantas de los pies negras. Las vi inmóviles, firmes frente a la ventana, a contraluz, escuchando sin moverse los golpes en la puerta de metal, los gritos pidiendo abran la puerta, la concha de su madre. Las vi inmóviles, firmes frente a la ventana, a contraluz, mirando el tren pasar.

2 comentarios:

efe dijo...

Un cachito antes del bingo, si habré visto durante años esa copita desde el 302. Como no imaginarse ese relato eh.
Unos saludetes che!

JLO dijo...

Me gustó el cuento... Putas lindas 👍...