domingo, 30 de junio de 2013

25 / Londres. Día 03

Encontrarse con amigos de Buenos Aires en el exterior es una cosa maravillosa: es como estar un poco en casa (a esta altura ya estoy empezando a extrañar ciertas cotidianeidades porteñas) pero en un lugar del que ninguno conoce demasiado. Nosotros ya estuvimos con amigos en Mallorca, después en Barcelona y ahora nos tocó en Londres.

Nos encontramos con dos amigas mias en la estación Notting Hill Gate para ir a todos los parque que están cerca del palacio de Buckingham: Hyde Park, Kensington, Green Park y St. James. Tardamos media hora en encontrarnos y solamente había dos salidas de subte, es claro que ya nos olvidamos cómo arreglarnos y cómo encontrarnos sin celular. Nos abrazamos todos como si hiciera añares que no nos veíamos. Empezamos a caminar y para nuestra comodidad, las chicas conocían exactamente para dónde teníamos que caminar en cada momento.

En Kensington está el primer palacio. Los palacios son todo lo que uno piensa: cosas grandes, lujosas, recargadas, ostentosas. Para entrar hay que pagar una cantidad que no recuerdo porque no pagué, pero ya en la entrada hay algunos sillones pequeños imitación rey y reina donde los turistas vamos y nos sacamos unas fotos y nos sentimos recontra gansos. Hay una tienda de obsequios donde todo es lindo y romántico/ rococó o elegante/ aristocrático. Yo quise comprarme un juego de sellos para lacrar cartas pero me arrepentí porque era de esos impulsos de turista de los que uno después se burla toda la vida. También quise comprar tés (no tomo té), quise comprar un cepillo imitación de princesa (uso peine), un libro llamado “Teas and conversation”, otro “How to be a proper gentleman” y un último “How to prepare an exquisite english tea”. Porque siempre se puede ser un poco más boludo. Una de mis amigas me mostró un disfraz para niños que vendían en el lugar: un vestido de plebeya que se convertía en vestido de princesa. Le dedico el detalle a todos los que piensan que lo retrógrado no va más.

Llegamos al Memorial de la Princesa Diana: una fuente circular al ras del piso, está pensado para que el que quiera vaya y se refresque los pies. A mi me afectó un poco, justo ese día era el aniversario del accidente de mi hermana y yo estaba sensible. Toqué el agua y lamenté que no hiciera más calor, porque la corriente de esa agua limpia era bastante tentadora para mojarse un poco.

Caminamos por la orilla de uno de los lagos y hablamos de la cantidad de cuervos que hay en Europa, en los cisnes que estaban ahí, en los patos perfectos como los que disparábamos cuando existía el Family Game. Llegamos a la pileta del Hyde Park, un pedazo de lago semicerrado en el que la gente va a nadar. A Juan la idea le pareció tan brutal que si hubiera tenido malla se tiraba, a mi la idea me pareció divertida pero nada más, a una de mis amigas no me acuerdo y a la última directamente le pareció medio asqueroso.
Al agua pato


Cuando miré la hora me di cuenta de que aunque caminábamos rápido ya no íbamos a llegar a ver el cambio de guardia de Buckingham. Se supone que es bastante divertido como coreografía y musicalmente pero las chicas me dijeron que se junta muchísima gente y ya no me dieron tantas ganas de ir (estoy esperando muy ansiosa Berlín porque tengo la sensación de que ahí va a haber menos quilombo de gente sacando fotos). Llegamos al palacio de Buckingham, dijimos “Guau”, “impresionante”, “increíble”, “qué inmensidad”, “cuánto lujo”, “cuánto dorado”, “mirá ese ahí quietecito” y así. Un par de fotos y adiós.

Hicimos un semi pic nic en el parque St. James y nos separamos de las chicas: ellas iba a hacer un poco de shopping a un lugar al que yo ya había ido y yo había quedado con otra amiga para ir a tomar unas cervezas.


Bichito
Le dimos una merecida segunda oportunidad a Camden y ésta vez no fallamos (una de mis amigas me dijo exactamente a qué parte teníamos que ir para ver los mejores -o al menos los más antiguos- negocios). Llegamos a Camden y sin distraernos fuimos donde teníamos que ir: pasando el puente que dice Camden Lock y sobre el lado izquierdo hay un predio que alguna vez fue uno (o varios) establos y que después se convirtió en uno de los mercados más importantes del Londres de los ´70. Hay de todo: negocios punks, otros más hippies, disquerías, ropa vontage, bazares, chucherías, porquerías chinas, ropa fea, ropa cara, lámparas, muebles antiguos.

Los que más me gustaron fueron

-Un bazar atendido por una pareja de viejitos muy antipáticos los dos, tenían muebles bastante exclusivos y cada vez que alguien entraba le indicaban de manera bastante grosera que tuviera cuidado con no tirar ni golpear nada. Cada cosa que vendían tenía una etiqueta que decía el nombre del diseñador, el año de producción y el precio y eso le daba un áura de importancia a todo lo que vendían, tanto que uno realmente tenía mucho pero mucho cuidado de no romper nada.

-El local de un cuarentón extremadamente bien vestido que vendía un poco de todo. Algunos discos (Juan me dijo que había algunas rarezas), algo de ropa, objetos, libros viejísimos. Era más que simpático, apenas nos vio con los discos dijo que con placer podíamos escuchar el que quisiéramos y a mi sólo por eso ya me dieron ganas de comprarle todo.

-Un zapatero que tenía todas las “paredes” del local recubiertas con zapatos (no de utilería) y cada vez que lo vi sacando un par de zapatos se le venían cinco o seis encima. Se estaba burlando de las zapatillas de un posible cliente, diciéndole que no, que es a él no le interesaba ni un poco.

Buscamos algo para comer pero nada nos llamó demasiado la atención. Quizás el problema fue que en cada puesto de comida se desesperaraban para que compremos y gritaban para llamar la atención o sacudían un tenedor con comida seca y recalentada para que la probáramos. Yo hubiera comido unos wraps de espinaca que hacía una mina muy simpática pero se largó a llover y ya no pudimos ir a su puesto. Sentados esperando que pase la tormenta nos agarró tanto sueño que decidimos suspenderle a mi amiga que nos esperaba a la nochecita para tomar algo, venimos con un ritmo loco que suena tremendo, las piernas más musculosas que nunca y la cabeza a punto de explotar todo el tiempo.

Antes de subirnos al subte encontramos un bar bastante tradicional y nos tomamos una cerveza. Cara, la cerveza. Caro, Londres.


 

2 comentarios:

Makuni dijo...

qué pena, che

Anónimo dijo...

Que pena que?