domingo, 10 de julio de 2011

Una familia muy normal

Cuando era chica no me daba cuenta de algunas cosas que pasaban en mi familia, algunas cosas horribles que para mi eran simpáticas. O alegres. O simpáticas y divertidas. O algo similar. Así, rapidito y sin pensar tanto, se me vienen tres a la cabeza.

Una vez mi hermano se fue con unos amigos un fin de semana largo a Mar del Plata y, por supuesto, cuando llegó a la ciudad feliz llamó por teléfono a mamá, le avisó que había llegado bien y le contó en qué hotel estaban parando y le dejó un teléfono por cualquier emergencia. Claro que en esa época no había celulares y no existía internet y si existía nosotros no estábamos enterados. Cuestión que ese mismo día sucedió algo completamente fuera de lo normal en mi casa: se decidió que los que habíamos quedado acá nos íbamos a pasar el fin de semana a Mar del Plata. En casa nunca pasaban estas cosas, las vacaciones eran quince días en enero y era el único momento del año en que se viajaba (bueno, miento, algunas vacaciones de inviero yo me iba con mamá a Posadas). Armamos unos bolsitos y emprendimos viaje y al llegar a la ciudad feliz buscamos el hotel donde estaba parando mi hermano con sus amigos y reservamos una habitación no sólo en el mismo piso sino al lado, exactamente al lado, de la habitación de ellos. Para mi era como una sorpresa genial, caerle a mi hermano y sus amigos y sorprenderlos de esa manera, supuse que era lo más feliz que podía pasarles.

Otra vez, mi hermana había terminado el tortuoso curso de guardavidas y estaba haciendo las prácticas en Ostende o Pinamar o uno de esos que queda por ahí. Justo uno de los fines de semana que ella estaba allá, a mi papá le entregaron un auto nuevo y se decidió que para ablandarlo iríamos los que estábamos acá, a visitar a mi hermana. Así que preparamos los bolsitos y le caímos a la playa donde ella tenía que nadar por la mañana y cuidar a los turistas por la tarde. Para mi, de nuevo, esa debía ser la mejor sorpresa y el mejor regalo que podíamos darle a mi hermana, pero lo cierto es que cuando nos vio se puso muy seria y a los diez minutos de estar con nosotros dijo que tenía que hacer cosas. Ese mismo día nos volvimos a Buenos Aires.

Una noche llegamos a casa con mis papás y yo grité el nombre de mi hermana porque sabía que mi hermana tenía que estar en mi casa. Escuché su respuesta y cuando subí la escalera para saludarla, me di cuenta que se había quedado encerrada en la habitación. Rápidamente mi papá y mi mamá hicieron todos los arreglos correspondientes para sacarla de ese estado de desesperación, y cuando se abrió la puerta nos dimos cuenta que se había quedado encerrada con el novio que tenía por ese tiempo. Para mi, de nuevo, fue una situación tan cómica que no paraba de reírme y de hacer chistes al respecto. No recuerdo qué hicieron o dijeron mis papás, porque durante mucho tiempo para mi fue una anécdota graciosa. Ahora,que lo pienso, ahora, que me doy cuenta de la gravedad que implica para mi familia que una de sus hijas esté encerrada en una habitación con un novio, no quiero ni imaginarme la cantidad de puteadas y castigos que debe haber recibido mi hermana.

5 comentarios:

Maga Zulú dijo...

faaaaa, y yo que creía que mis viejos eran reee cuidas!!!!, igual te digo que mis padres se han mandado unas cuantas peores que esas, jaja!!!.

Anónimo dijo...

Estrago materno le dicen. Mal de muchos consuelo de tontos, pero la asfixia paterna me es algo sumamente familiar. Despierta el fantaseo parricida.

Luisina dijo...

..digo, tus viejos que edad tendrían en esa época? eran muy cuidas o tenían muy mala memoria!!!!!!!!

Anónimo dijo...

O muy buena...y bastante mala onda

Anónimo dijo...

Antes era asi idiotass