Y a la mañana, miré un ratito por el ventanal del cuarto, como hipnotizada, queriendo quedarme ahí, inmóvil, en esa comodidad, en ese lugarcito lindo, en esa luz, en esa felicidad. Me recordó a los sábados en la casa de mi infancia. La primera, no el departamento. Los sábados limpiábamos. Barrer, pasar el trapo, pasar la cera, enceradora. Limpieza de muebles, limpieza de cocina, de baño, de lavadero. Y después el exterior.
Al final, todo el exterior, todas esas baldosas rotas, desprolijas y mal colocadas, quedaban húmedas algunas horas. El sol les pegaba despacito y en los charquitos de agua se formaban unos destellos que te dejaban medio tarambana. Ese clima, ese aroma a tierra y baldosa mojada, ese solcito mañanero, ese vientito, calorcito. Todo eso se reprodujo hoy en el ventanal de mi cuarto. Y yo sentí, por un ratito, que era esa nena, mirando esos destellos, sintiendo ese calorcito, que estaba en la otra casa, que estaban mi mamá, mi papá, mi hermano y mi hermana. Y que corría por el jardín del costado y me escondía entre las plantas, que me hamacaba en el ciruelo y apostaba quién se comía una manzana ácida. Que corría porque tenía miedo a los sapos y lloraba porque no le gustaba la oscuridad.
Al ratito, me interrumpieron con el café con leche. Estaba riquísimo.
1 comentario:
Yo todavía le sigo teniendo miedo a los sapos. En realidad ese miedo lo adquirí de grande.
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