jueves, 11 de julio de 2013

28 / París. Día 01

A Florencia la vi por última vez hace 19 años. Éramos super amiguitas inseparables hasta quinto grado pero ella y su familia se fueron de Ramos y ya no nos vimos más. Con Florencia conocí por primera vez Capital Federal: una vez fui a visitarla (cuando ellos recién se mudaron y nuestras madres intentaron mantener nuestra amistad a pesar de la distancia) y su mamá nos dejó ir a pasear por el barrio. Caminamos por galerías de la Avenida Santa Fe, cruzamos calles que yo no conocía ni teóricamente. De Florencia tengo el mejor recuerdo que se puede tener de un amigo de la infancia: era la amiguita con la que más me reía de todas. Hacíamos programas de radio y nos grabábamos y teníamos que regrabar y hacer miles de retomas de las tentaciones de risa que nos agarraban. Dejé de verla pero siempre me acordé de ella y siempre pensaba qué habrá sido de su vida hasta que apareció Facebook y nos reencontramos un poquito. Y digo un poquito porque más allá de agregarnos nunca hablamos ni nos comentamos algo ni nada. Hace unas semanas yo puse que estaba en Barcelona o que estaba en Mallorca o en Bélgica y ella me comentó “Si venís a París, avisame” así que yo le avisé. Nos consiguió alojamiento barato y nos fue a buscar a la estación de tren y nos recibió como si nos hubiéramos visto antes de ayer.

Una de las ventanitas de atrás era la nuestra
En las grandes ciudades de Europa existe el free tour que, como indica fácilmente su nombre, son unos tours gratuitos, en Internet se puede encontrar más info, pero básicamente es un grupo de gente que se junta, un guía que los lleva por diferentes lugares mostrando y contando y al final se le da una colaboración. Hay tours en varios idiomas y en varias ciudades. A mi los tours no me gustan nada pero confieso que si tenés dos o tres días para conocer una ciudad, usar tres horas y conocer algunos puntos obligados no está nada mal.

Cuando llegamos a la estación donde empezaba el free tour nos dimos cuenta que no teníamos tantas ganas de hacerlo así que nos mandamos solos a caminar por Montmartre. Lo primero que vimos fue el Moulin Rouge (nada que no se vea en una foto) y de ahí caminamos por el Boulevard de Clichy que está lleno de negocios de lencería erótica, de gadgets porno, cines xxx, lugares mediopelo para comer, un supermercado. Subimos para el lado del Sagrado Corazón porque en Europa uno nunca deja de conocer iglesias y desde ahí vimos París desde las altura y un poco me enamoré de la ciudad (después la verdad es que me desenamoré bastante pero bueno, eso ya es otro mambo). Nos subimos a la cúpula de la iglesia (salía 6 euros), había que pasar por una escalera caracol interminable, con olor a humedad, asfixiante y cerrada, no apto para claustrofóbicos; para terminar llegando a un balcón que rodea la cúpula y desde donde se ve la ciudad muy muy chiquitita y la torre Eiffel muy pero muy petisa.




Cuando bajamos paseamos un poco por Montmartre y las calles en subida y en bajada, los adoquines, los edificios típicamente franceses, la tranquilidad, los paisajes. Todo nos pareció encantador. Nos hubiéramos quedado dando vueltas por ahí pero teníamos solamente tres días para conocer París y demasiado en la lista de pendientes. Fuimos al cementerio de Montmartre, a mi me encanta visitar cementerios y en este viaje habían quedado medio al margen así que cuando vi que estábamos cerca de uno no lo dudé ni un segundo.


Todo el cementerio era muy coqueto, mucho mármol, mucha escultura, había flores frescas por todos lados. En la tumba de Truffaut había una velita encendida y varios besos marcados en el mármol. Había algunas tumbas rotas y descuidadas, otras maltratadas por el tiempo y el olvido. Algunas, las más extrañas, habían quedado postradas bajo un puente que, supongo, se construyó después: era como caminar por debajo de cualquier autopista de Buenos Aires pero con tumbas alrededor. Todo era sobrevolado por cuervos y el sonido ambiente era el graznido terrorífico de esos bichos horrendos. De a ratos se armaban barullos que duraban largos segundos, o el viento movía los árboles y por el ruido parecía que se largaba a llover. Dejamos las elegantes tumbas francesas porque teníamos que seguir el recorrido pero yo me hubiera quedado caminando ahí hasta que me echaran.

Llegamos a la catedral de Notre Dame y entramos al pedacito que dejaban entrar. Adentro una señora cantaba algo muy extraño y bastante diferente a las canciones de iglesia misioneras que conocemos todos los que fuimos a colegios católicos (“Dulce doncella, tu eres mi estrella, te alcanzaré yo sé que sí” etc, por ejemplo). Caminamos hasta el Louvre, que ya estaba cerrado pero igual nos impactó su tamaño cuando nos paramos en el centro del patio. Pensé que  se podría venir una semana todos los días a recorrerlo y aún así no se llegaría a ver bien cada cosa. En las pirámides nos sacamos unas fotos, en los jardines de Toullería nos comimos una croissant y tomamos un café. Antes ya nos habíamos morfado una baguette en el subte y yo me había cruzado con una ratita en la escalera del andén. En fin, estábamos siguiendo al pie de la letra el manual del turista convencional que visita París.


Le dije a Juan que me gustaban algunas ignorancias respecto de los lugares que íbamos conociendo. Si uno sabe lo que tiene que mirar va y lo mira y seguramente haga alguna apreciación genéricamente positiva sobre lo que se está viendo aunque no se sepa bien de qué se trata. En cambio, caminar en la ignorancia significa cruzarse con cosas que realmente llamen la atención o realmente sorprendan, gratifiquen. ¿Hasta qué punto lo que a uno le dicen que tiene que ver en una ciudad es necesariamente lo que a uno va a gustarle de esa ciudad?


Caminamos por Champs Elyseés, primero rodeados de árboles y después rodeados de los negocios más lujosos que hay y rodeados de gente que gasta muchísima plata en comida y vestidos. Pasamos por Ladurée, quisimos comprar algo pero yo estoy en contra de las colas así que nos fuimos. Antes de irnos un argentino le preguntó en inglés a Juan qué pasaba que había tanta gente y Juan le contestó en inglés porque después del encuentro en el hostel de Londres con León está intentando que ningún argentino se de cuenta que es argentino.


Llegamos hasta el Arco del Triunfo, más fotos, más expresiones básicas sobre la inmensidad y de ahí a la torre Eiffel. En la torre (llegamos a través del Trocadero y fue una vista magnífica) los mismos comentarios, las mismas fotos, nada especial. Nos llamó mucho la atención que absolutamente todos se sacan la foto o empujando la torre o tocando la punta o haciendo que los está por pisar. No los culpo, a mi me dieron un poco de ganas de hacer esas boludeces.


Volvimos al departamento tipo diez de la noche y en el barrio no había casi nada abierto. Compramos comida china en el único lugar que encontramos, un pollo con cebollas y salsa agridulce y un salteado de arroz. Dormimos como angelitos y nos propusimos no arrancar tan temprano al día siguiente.

3 comentarios:

rafa dijo...

Tengo ganas de que lleges a Marte, para verte a la orillita del mar...

rafa dijo...

quería decir que llegues a Marte, etc

JLO dijo...

me encanta como relatas el viaje, se hace menos académico y mas cercano... lo único es que tenés un problema grave con los olores, me imagino que lo sabés, en todos los posts hacés alguna mención jaja...

París debe ser increíble...