Siempre que haya una recomendación pedorra la habré hecho yo y siempre que haya un hallazgo será culpa de Juan. Funciona así por más que intente dar vueltas y lo que pasó en el último día de Praga es una prueba muy clara: yo recomendé Petrin Tower y Juan recomendó el barrio de Zizkov y la TV Tower.
Con una convicción nunca antes vista volví a caer en la trampa turística y pagué para subir a la torre Petrin, una torre que los checos construyeron para tener su propia Torre Eiffel aunque no tienen nada que ver. Nos tomamos un funicular. Siempre me resulta divertido porque es como el comienzo de una montaña rusa que al final nunca explota pero esa sola sensación de ir subiendo en un carrito me parece fascinante. Cosa de pobres.
Pagamos para subir en el ascensor, así que íbamos con los viejos y los discapacitados, nadie de nuestra edad paga extra por esta boludez, ni siquiera yo hace dos días atrás.
Arriba de nuevo una panorámica y a lo lejos la TV Tower a la que íbamos a ir un rato después. De arriba, como siempre, se podía ver el castillo, Strahov, Charles Bridge, etcétera, etcétera. Los turistas se agolpaban para sacar fotos que después nadie disfruta porque nunca miles de casitas miniaturas y algunas cúpulas se ven tan bien en foto como en vivo. Yo también saqué: ese entusiasmo del turista es contagioso y nadie puede escapar de él.
Cuando bajamos acepté la derrota, no valía la pena gastar para subirse ahí y ver de nuevo lo mismo. Después de esa derrota volví a equivocarme, esta vez con la dirección en la que teníamos que caminar. Ahí Juan se puso de mal humor y empezó a caminar más rápido y casi sin mirarme ni hablarme pero bueno, en los viajes pasan cosas peores. Al rato se le pasó.
Viajamos en tram hasta Zizkov (el primer día habíamos sacado un pase ilimitado por tres días) y cuando vimos la torre nos quedamos con la boca abierta: era más extraña y fascinante que todo lo que habíamos visto hasta ahora, tanto que si hubiera sabido, venía antes y hoy repetía la visita, así de mucho me gustó.
Trepando a la torre hay unos bebés gigantes de David Černý, un artista checo de la generación de Damien Hirst que, como Damien, le gusta provocar, tanto que ganó popularidad en 1991 cuando pintó un tanque soviético de color rosa y como todavía se lo consideraba un monumento cultural, marchó preso una nadita y se hizo famoso, y ahora decora esta torre y otros puntos de la ciudad, por ejemplo una mini plazoleta en el que interrumpe la caminata la escultura espejada de una mujer embarazada, medio abierta de piernas, como si estuviera hecha de legos, un poco obscena.
Con respecto a los bebés de Černý manejo dos teorías:
-La Torre es la torre que atrae a los bebés índigo del mundo.
-La Torre es la torre de control de una sociedad alienígena y esos bebés gigantes están yendo a reportar que los seres humanos somos lo que sea que seamos.
La primera me enloquece.
Almorcé en una cervecería unas bombas de papa y unos aros de cebolla (parece que no pero después de varios días de salchicha esto fue un banquete). La cervecería se llama Pivnice U Sadu y vale la pena: el lugar es cómodo y divertido, tiene colgado del techo y de las paredes todo tipo de chucherías, sillas antiguas, una máquina de escribir, muñecas, herramientas, un mercado de Pulgas como los nuestros pero donde nada está a la venta. A la tarde Juan pegó un Levi´s usado a U$S 10 en un local de segunda mano donde la dueña escuchaba un punk latoso, era muy simpática y tenía una mesita con un juego de té con una nota que decía: “Teapot and teacups are nos for sale but have a cup of tea with me while shopping”.
Zizkov tiene edificios inmensos, uno al lado del otro, todos muy cuidaditos y con las fachadas de diferentes colores. Una calle es en subida absoluta, otra en bajada absoluta, en Praga no hay forma de zafar del ejercicio. Cada dos cuadras hay alguien hablando solo, explicándose cosas o preguntando a alguien invisible. El barrio es más desprolijo que todo lo que conocimos hasta ahora sobre Praga. Hay barcitos sucios y oscuros de donde sale mucho olor, a cigarrillo y a cualquier otra cosa.
Quisimos encontrar una estatua bastante famosa pero nos desviamos y terminamos en un parque que nada que ver, muy lindo, lleno de checos con perros porque al parecer todos los checos tienen perros.
Volvimos de Zizkov con una misión: Juan se tenía que cortar el pelo.
Sabíamos a qué peluquería había que ir pero no hubo forma: era viernes y estaban a full.
La chica que nos atendió nos recomendó otro lugar.
Fuimos al otro lugar.
Estaban cerrando.
Nos despedimos de Praga tomando cerveza en U-Medviku Bar. Tienen una cerveza famosa así que se llena de gente, tanto que en la puerta hay un tipo diciendo que nadie puede entrar aunque si te quedás parado ahí te deja entrar. Rarísimo. El lugar es como uno de esos lugares porteños, un salón enorme lleno de gente y humo de cigarrillo, gritos y borrachos y alguien leyendo el diario.
Juan tiene que volver corriendo al bar, del que estamos a tres cuadras, porque se olvidó el jean. Yo lo espero en un chino mirando golosinas. Cuando salimos a tomar el tram el castillo está iluminado, todos los puentes también, Praga de noche es un espectáculo de lucecitas y alegría. Es viernes y la gente está arreglada para salir pero nosotros tenemos que volver a armar la mochila y salir a Budapest. Mientras esperamos el tram se escucha una explosión. Es un show de fuegos artificiales. Ahora sí, nos vamos de Praga.
3 comentarios:
¿Se cortó el pelo el boga? Acordate que, para reconocerlos, los niños índigo tienen el lóbulo de la oreja pegado a la cabeza.
se cortó el pelo en budapest
pedile que te pase LA foto del corte
Qué bueno que pasaron por U-Medviku Bar, nosotros fuimos a comer, goulash muuuy rico y la cerveza negra es genial. No se si fueron hasta donde vendían el merchandising, muy loca esa parte.
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