En Budapest decidimos no gastar en comida.
Nos la pasamos a papas fritas, sanguchitos en la plaza, pizza en la calle (una porción enorme y baratísima que nos salvó más de una vez y que es la pizza más rica que comí en mucho tiempo), falafel, döner, queso. Lo de siempre.
Pero reservamos para ir a comer la última noche en un lugar que nos recomendó el dueño del alojamiento porque nos dijo que si queríamos comida tradicional, Páprika era nuestro lugar.
Más tarde nos dimos cuenta que el mail que nos confirmó la reserva lleva el apellido del buzón de correo de nuestro departamento y dudamos que no sea el mismo Peter el que esté detrás de las hornallas de Páprika.
Comimos sopa de goulash, goulash con lomo y lomo de cerdo a la gitana con papas. La sopa y los dos platos eran enormes y riquísimos. Comidas de invierno nada pesadas y a la vez súper sabrosas. La sopa tenía la cantidad justa de grasa y mi lomo de cerdo tenía un poco de gustito a ajo y a ahumado que se te hacía agua la boca con cada bocado.
Esta última noche volvimos del restorán (que queda cerca del Parque de la Ciudad) caminando, pensando en el viaje que estamos haciendo, en todo lo que ya hicimos y lo que nos queda por delante, en lo mucho que nos gustó Budapest y en cuándo podremos volver.
¿Podremos volver?
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