Como en cualquier otra ciudad, hay una parte que es “la ciudad” y otra que no. En “la ciudad” hay atracciones turísticas, lugares para comer y comprar souvenires.
Perdí la cuenta de la cantidad de veces que pasé por el centro de Budapest. Para ir a uno u otro lado hay que pasar por calles llenas de restoranes que le pagan a uno para que se pare en la puerta con el menú y ofrezca comer ahí dentro. En general contratan a los menos carismáticos, los que se esfuerzan en caer simpáticos y ser vendedores pero generan más tristeza que empatía. De estos hay varios en la calle Vici, que desde el puente Erzsébet híd hasta el Chain Bridge es un paseo comercial con ofertas de todo y para todos: ropa, perfumerías, calzado, bares de hielo, maquillaje y las marcas que a las argentinas nos desespera encontrar: H & M, Zara, Mango, C & A.
Alrededor del Chain Bridge está toda la movida de Budapest. Hay una placita que se llena de gente todos los días a cualquier hora, cada uno en un pedacito de verde tomando y comiendo con amigos. Hay una vuelta al mundo muy parecida a la de Londres. Lugares para comer baratos: pizza en porciones inmensas, döner, falafel, panchitos, helados.
En el centro también están algunos edificios históricos, la catedral San Esteban, la sinagoga más grande de Europa y la Opera. A la Opera fue al único lugar que entramos (aunque ahora me arrepiento un poco de no haber ido a la visita al Parlamento). La Opera se construyó a principios del S XX cuando todavía existía el imperio austro-húngaro y por eso la mayor financiación fue de parte del emperador, Francisco José.
El edificio por dentro es imponente, mucho dorado, terciopelo y madera traída de no sé dónde para que no tenga nudos y sea más agradable a la vista. Mármol de varias partes del mundo, pinturas representado el nacimiento de Baco, la vida de Baco, la glorificación de Baco.
Anécdotas con la emperatriz Sissi, la más tierna es la siguiente: Francisco José aceptó financiar la ópera con una sola condición: que sea más chica que la ópera de Viena. Cuenta la leyenda que cuando fue por primera vez a una función en el palco real se enojó un poco: era cierto que era más chica que la de Viena pero era mucho más linda. Y no volvió.
Como Sissi sólo podía ir al palco real si estaba Francisco José, la pobre ya no pudo volver. Pero como le gustaba mucho ir a la ópera eligió un palco lateral desde el cual el escenario casi no se veía pero todos los que asistían a la función podían verla a ella, que era lo que más interesaba.
La visita a la Opera me genera algunas contradicciones: por un lado es excelente y por otro es una chantada. Te muestran las butacas, algunos de los palcos, el bar, la terraza y un salón pero no es posible pasar ni al escenario ni a todo lo que hay debajo del escenario (escenografía, vestuario, salas de ensayo) que en un punto podría ser lo más interesante.
Del Old Town uno no puede escaparse salvo que esté parando en la otra punta de la ciudad y se maneje sólo alrededor de eso. Siempre que camines terminás yendo al Chain Bridge o a la vuelta al mundo. Siempre que necesites comer barato y rápido vas a terminar yendo ahí. No la pasás mal porque Budapest está lleno de gente contenta que parece estar medio al pedo, siempre tomando una birra y charlando con amigos.
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