Estoy en un tren eterno que va de Budapest a Bucarest.
Los boletos salieron carísimos pero arriba del tren no hay ningún servicio salvo un enchufe que se activa y se desactiva vaya a saber uno de acuerdo a qué.
Las butacas no se reclinan.
Las luces no se apagan.
Las luces no se apagan.
Pero no me molesta: estoy tan cansada que en una hora voy a caer rendida y voy a tratar de acomodarme de alguna manera. Al menos pude sacarme las botas.
Estoy rodeada de rumanos.
Son ruidosos y beben mucho.
Beben de una petaca, de una botella de plástico con un contenido marrón, de una lata de cerveza.
Se pasean de uno a otro asiento con la bebida que tengan en la mano y algunos vasitos y ofrecen a los otros rumanos un vasito y la bebida. Brindan. Fondo blanco.
Hay un viejito de noventa años al que el pantalón marrón le queda grande y la camisa amarilla también. Camina de su asiento a todos los demás, está medio borracho y se ríe de todo. Mira y se ríe: de sus amigos, de los que lo entienden y le contestan pero también de nosotros, los blanquitos inexpertos que sólo trajeron algo de pan y queso para un viaje de dieciséis horas.
En diagonal a mi hay un señor con una cara muy colorada que no para de transpirar. Ni él ni su cara. Usa un mismo papel higiénico desde que nos subimos para secarse el sudor, para dejar de chorrear.
Hay otros viejos, uno con una camisa con motivos falsos Versace, short de fútbol, medias de vestir y mocasines. Otro pelado, con bigote canoso. Otro que renguea. También están sus mujeres, unas señoras que no hacen mucho más que reírse de lo que dicen sus hombres mientras los miran beber y les ofrecen alguna otra cosa para comer.
El viejito del pantalón marrón le muestra a otros su documento. Enfoco con fuerza –cada vez me cuesta más ver de lejos- y descubro que en la foto está vestido de uniforme. Se lo digo a Juan y me dice: “Este tipo vio todo. Desde que terminó el imperio hasta que derrocaron a Cecescu”. El viejito vuelve a su asiento y empieza a comer: con una mano agarra un pedazo de cerdo y con la otra un cuchillo, corta y come del cuchillo, se chupa los dedos y termina pasándose las manos por el pantalón.
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