El primer mercado al que fuimos, Ecseri, es un mercado clásico de antigüedades, quedaba en la otra punta de la ciudad. El colectivo nos dejó en el medio de la ruta y de ahí caminamos, por suerte no demasiado.
Adentro del mercado lo que hay en cualquier mercado de antigüedades: postales, apliques de luz, ropa, adornos, muebles. No compramos nada. Un poco porque estamos viajando con mochilas y la idea es seguir viajando livianos y otro poco porque no hay nada genial y todo se repite demasiado: demasiadas postales malas, demasiados cuadros malos, demasiados vestidos malos. Hay un símil amish que vende cosas de cuero tan feas como caras, una gitana que vende baratijas, una japonesa que te persigue con la calculadora para que le anotes lo que querés pagar por lo que sea que quieras comprar y un italiano que tiene el mejor puesto de todos: cámaras de fotos de todas las épocas, todas en perfecto funcionamiento. Hermosas.
Hice lo que hago en cualquier feria: amenazo con comprar un vestido, un sombrero, unos anteojos, un adornito, unos vasitos y termino sin comprar nada.
El segundo mercado, Central Market, está en el medio de la ciudad y es el otro tipo de mercado que conocemos: comida. Puestos de frutas y verduras, carnicerías, pollerias, pescaderías y carnes de caza. Conservas de pickles (You can pickle that!: frascos con zanahorias sonrientes), cereales, golosinas, bebidas. Un sector de puestos de comida, hamburguesas gigantes, algo llamado LEGNÁ que es una especie de tortilla con cosas arriba (las que vimos preparar tenían queso crema, queso feta, lechuga, cebolla, tomate, pepino, morrón, jamón y longaniza), una guisos del mes pasado, algo parecido a sánguches de milanesa y, como siempre, cerveza para todos.
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