Nosotros no pagamos por nada salvo cuando pagamos por todo. En el viaje anterior casi no fuimos a museos, casi no pagamos por atracciones turísticas y acá llevamos tres días y ya somos un japonés más. En general no vale la pena y en general es lo que menos me interesa de las ciudades aunque cuando mi depiladora me preguntó si en Europa había ido “a los museos” le dije que sí. Porque yo también crecí con la convicción de que si ibas a Europa y no ibas al Louvre eras un boludo. Hoy lo dudo.
El Letná Park, un poco más allá de lo que ya habíamos visto, se pone mucho más interesante, en especial por el metrónomo gigante que reemplazó en 1962 a una estatua en homenaje a Stalin. Me pregunto cómo se les habrá ocurrido. Alrededor del metrónomo hay algo que debe haber sido unos jardines rodeando a la estatua de Stalin pero que ahora está abandonado, con pastos crecidos y árboles talados, columnas y pilares rotos, graffiteados, baldosas partidas. Alucinante.
Sí, lo de que venden falopa lo pensamos todos |
Pagamos lo que hay que pagar porque yo estaba completamente encaprichada por conocer el viejo cementerio judío. Perfecto. Una que salió bien. El cementerio, aun con una lluvia molesta y permanente, es atractivo: las lápidas encimadas, rotas, con moho, húmedas, las piedritas que deja la gente después de rezar. El cementerio tiene 12000 tumbas visibles pero se calcula que hay enterrados ahí más de 100.000 personas: están encimados. La primera tumba es del siglo XV así que no es necesario aclarar mucho más: es extremadamente viejo. Con la entrada al cementerio estábamos habilitados para conocer otros edificios judíos, el más interesante fue la sinagoga española, un recinto oscuro, con mucha madera, techos pintados y esa atmósfera sagrada que se respira en cualquier lugar religioso, seas o no una persona espiritual.
Todos los que atienden en esos edificios a los que podemos entrar son parcos y antipáticos, incluso uno reniega un poco la segunda vez que entramos al cementerio: no les gustan los turistas repetidores.
Caminamos de nuevo por Old Town Square, nos volvemos a perder, se repite lo que se repite en cualquier ciudad a la que vamos: queremos ser organizados y metódicos y siempre terminamos con ampollas en los pies y cosas pendientes.
Klementinumm es un complejo jesuita, un conjunto de edificios donde se estudiaba cuando se estudiaba de verdad, cuando había que construir un instrumento medidor de una precisión que ni siquiera puedo imaginar. Conocemos la antesala de los espejos –una capilla con espejos, nada especial- el salón de astronomía y la biblioteca, que era el plato principal por el que pagamos lo que pagamos por la vista guiada. Lamentablemente la biblioteca se puede ver desde un cuadradito del fondo, todos amontonados, con la guía tratando de explicar algo que a nadie le interesaba porque lo único que todos queríamos era sacar LA foto aunque estuviera prohibido sacar fotos.
Cruzamos para ver dos cosas: la John Lennon Wall (vale la pena solamente porque hay muy poca gente pero fuera de eso es una pared llena de graffitis amontonados) y para ir a una taberna medieval. De nuevo los objetivos eran claros pero llevarlos a cabo una tarea imposible: fuimos a St. Nicks, recorrimos el barrio que rodea al castillo, pasamos por un parquecito cerrado muy parecido a los que hay en Londres y recién ahí encontramos la pared de John. Cuando quisimos desandar el camino para encontrar la taberna nos perdimos y terminamos entrando al predio del castillo que ya estaba cerrado y silencioso y desierto. Caminamos por todos los recovecos que pudimos, miramos y admiramos la catedral St. Vitus, el panteón de Theresya. Mientras caminábamos decíamos que bueno, llegamos, pero que mañana mejor volvemos y pagamos la entrada para ver todo por dentro, algo que finalmente no terminamos haciendo porque lo que más me interesaba ver, la Golden Lane, estaba abierta y pudimos entrar. La Golden Lane es la calle donde vivían todos los sirvientes del castillo, unas casas petisas con mini puertas que ahora están pintadas de colores y cuidaditas.
Saliendo del castillo terminamos en un viñedo que también estaba cerrado aunque era hermoso. Esto es lo lindo de Praga: vayas donde vayas estás siempre arriba de alguna parte de la ciudad y todas las panorámicas, que terminan siendo muchas, son perfectas.
Llegamos a la taberna medieval ayudados por una chica que al mismo tiempo estaba ayudando a un viejito que nos quiso ayudar y no pudo. El viejito se había acercado a preguntar si necesitábamos ayuda porque nos vio con el mapa y cuando le señalamos adónde queríamos ir resulta que no veía un pomo y no tenía los anteojos puestos. Ahí llegó la chica que nos dijo que nos tomáramos el tram y llegamos lo más bien a la taberna, un lugar muy cerrado, tipo sótano, con techos bajos y en arcadas, iluminado por velas, con calaveritas en las paredes. Y shows de tragafuegos y un tipo tocando la gaita, en el espíritu celta metalero que reina allí abajo. Además, lo avisan en la carta, los muchachos que atienden, vestidos a la usanza de la época, son algo rudos en el trato: el chopp de medio litro te sobresalta como un martillazo cuando lo dejan sobre la mesa, la horma de pan viene con un cuchillo clavado en el centro, si pedís cubiertos te responden usá las manos.
Compartimos la mesa con una pareja de algún lugar del mundo y con otra pareja de Francia. Todos estábamos un poco tímidos pero igual nos hablamos e hicimos algunos chistes, en especial el tipo de al lado mio, el de nacionalidad indefinida, que se hacía entender con gestos, tenía una sonrisa clavada y parecía esos tipos que son tan buenos y tan copados que parecen niños grandes.
4 comentarios:
Amo tu diario de viaje.
La vez anterior quedé un poco frustada porque quería seguir leyendo y quedé a mitad de camino.
Quizás no lo sepas, no lo hayas pensado, o sí, pero para quienes te leemos, o en todo caso para mi, al leerte siento que viajo a lugares donde probablemente nunca podré ir.
Es, sin exagerar, soñar despierta através de tus letras.
Gracias.
Luciana
qué bueno que te guste, luciana! me alegra mucho :D
ahi donde están las minicasitas hay una que vende cosas de navidas. Estaban tan buenos los adornos que compré mucho (y caro) siendo enero recien. Después medio que me arrepentí pero cuando llegó la navidad tenía altos adornos.
hace un mes estuve y como siempre la memoria engaña y uno se queda con un recuerdo idealizado, desestimando el frío constante, las 3 lluvias diarias y lo adusta que es la gente. me fui sin ganas de volver, pero volver a mirar fotos es una nueva forma de dudarlo.
gracias por mostrar la calle de oro, pasé el primer día y ni ganas de garpar...
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