A Gellért – hegy (hegy: hill: colina) insistí para que vayamos porque me parecía que necesitábamos un poco de verde después de tantos días de pura ciudad. Intenté ver en el mapa qué colectivo nos dejaba pero los mapas son imposibles y lo único que conseguí fue dar con una línea roja que era supuestamente el recorrido de un colectivo, pero que como nunca estuve segura ni siquiera nombré. La colina se llama así por un curita al que mataron en 1045 y aunque es relativamente baja, 245 metros, para cualquiera que (como yo) no camine mucho más que para ir al super o para ir a la cocina es un desafío enorme.
Se puede. Cuesta mucho, pero se puede. Hay algunos senderos, algunas escaleras, todo muy empinado, tan empinado que la subida lleva más tiempo por el peso que termina generando la gravedad que por la distancia que hay que recorrer. Pero vale la pena.
Bastante antes de la cima hay una cascada y un monumento que todavía no logro encontrar a quién está destinado. Alrededor de esa estatua y como sucede en todas las escalinatas de Europa: chicos tomando algo con amigos.
La subida siguió siendo terrible hasta el final, algunos tramos tenían escalera y algunos eran sólo senderos y todavía no puedo decidir cuál de los dos me parecía más duro. En el camino nos encontramos con varios corredores y los miré mientras soñaba despierta con escupir los pulmones y terminar con este sufrimiento.
Como siempre el impulso le había ganado a la previsión más elemental y estábamos subiendo la colina sin tener siquiera una botella de agua o algo para comer o algo para alguna cosa. Simplemente la cámara de fotos, el mapa y un paquete de chicles.
Nuestro objetivo final subiendo la colina era llegar a la estatua de la libertad que habíamos visto desde que llegamos a la ciudad. Cuando llegamos arriba además de la estatua (que se llama “de la libertad” pero que no es como “la estatua de la libertad”) encontramos también la citadella, uno de los varios fuertes que iban a construirse en Hungría pero que no prosperaron.
Lo más ¿interesante? de llegar a la cima, además de la estatua –imponente y en una pose liberadora que genera vértigo- y la citadella, es poder ver las dos ciudades, Buda y Pest, juntas. En general uno está de un lado y mira para el otro y acá, por el ángulo en el que está la cima, todos los miradores muestran el lado del parlamento (Pest, donde nosotros estábamos parando) y el del castillo (Buda) juntos.
A lo lejos, en Pest, está cayendo una tormenta.
Se ve una columna gris de agua que se cierne pesada sobre la ciudad y somos varios los turistas que estamos hipnotizados como si nunca hubiéramos visto llover. A mí me impresiona, sobre todo, tomar dimensión de las diferentes formas y lugares en que la naturaleza se manifiesta. Suena medio hippie pero en ese momento lo pensé: acá estoy yo, lo más sequita en la cima de una colina viendo cómo allá, a lo lejos en esos edificios, todo está pasado por agua.
Caminamos un poco más por el lado de atrás de la colina, sacamos fotos de flores que no conocíamos, nos sentamos a descansar los pies en una plaza donde tres chicos se hamacaban y un perro corría de un extremo al otro de la hamaca.
Bajamos rapidísimo y cuando estábamos llegando a la base vimos Rudas Baths.
2 comentarios:
Me vuelvo loca. En un par de meses voy a viajar, entre otros lugares a Praga y Budapest y justo posteas esto cuando empiezo con mi "investigación". Y justo recién estaba leyendo sobre Gellert hegy. No veo la hora de estar allá.
Son muy buenas tus crónicas, gracias por compartirlas.
qué bueno, alicia!!
son dos ciudades maravillosas, seguí leyendo que me queda bastante de budapest por publicar!
saludos!
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