martes, 11 de junio de 2013

10 / Barcelona de nuevo. Día 01

No sé si es peor dormir en un aeropuerto, en la playa o en una plaza pero yo para no quedarme con las ganas de nada experimenté las tres cosas en un mismo día.

Después de la siesta interrumpida en el aeropuerto tuvimos un vuelo perfecto (de nuevo Ryanair, en la cola una musulmana toda cubierta tuvo que dejar uno de sus bolsos y poner todo en otro porque es lo permitido y como no le entraba dejó en el hall de embarque una bolsa de nylon de la que brotaban bombachas). Llegamos a Barcelona y nos tomamos el primer tren que vimos: teníamos que hacer tiempo hasta que la chica que nos presta el departamento saliera de trabajar y decidimos ver para dónde podíamos ir sin saber adónde queríamos ir. Con nuestros bolsos de mano conocimos la Estación de França, el mercado de la Barceloneta (uno de los barrios cerca de la playa), tomamos un café en un barcito muy pequeño donde una catalana con voz de cigarrillo hacía todo: los panes con tomate, los sanguchitos (bocadillos), los cafés (había de doscientos tipos) y de ahí nos fuimos a la playa a intentar dormir un rato. Juan se tiró en una reposera asegurándome y jurándome que eran públicas y como yo casi siempre tengo razón, una hora más tarde lo despertó un violento "Para pagar" de uno de los tipos que trabajaba ahí. Yo me dormí en una lona abrazada al bolso porque recordaba que una amiga me había contado que la primera vez que vino a Barcelona llegó del aeropuerto a dormir en la playa y cuando se despertó le faltaba la mitad del equipaje. Yo, en cambio, me desperté sintiendo el sol penetrar a través del jean y le pedí por favor a Juan que nos fuéramos a dormir a un lugar donde hubiera un poco de sombra. Mientras nos terminábamos de despertar ahí vimos el paisaje que teníamos alrededor: gordos desnudos.

La panadería

Escupidores de agua

Dorée
De ahí volvimos caminando hasta la estación de França donde habíamos empezado el recorrido porque queríamos ir al Parque de la Ciutadella que quedaba ahí a unas cuadras. En el camino paramos en una panadería que nos dio buena impresión porque estaba llena y compramos varias cosas para probar, después concluimos que hay muchas panaderías de cadena en las que todo sabe igual. Recorrimos el parque lleno de gente turista y de gente pequeña (escolares de excursión) y nos tiramos a dormir en unas sombras que había cerca de unas mesas de ping pong en las que quisimos jugar pero no teníamos paletas ni pelota ni fuerza. Me dormí viendo a un negro practicar capoeira (donde haya una plaza habrá capoeira) y me desperté con un grupo de chicas (gitanas, o simplemente gritonas) que se jodían entre ellas, se levantaban las remeras, decían que querían mear, se ponían en cuatro patas, enquilombaban mi sueño.

Nos tomamos un colectivo para ir a Plaza Catalunya y a los veinte minutos de recorrido nos dimos cuenta (nos dijeron) que estábamos yendo para el lado equivocado. Cuando finalmente llegamos a Plaza Catalunya vimos gente, gente y gente. Alrededor de la plaza está lleno de tiendas (H&M, Zara, El corte Inglés, FNAC) así que toda esa gente que veíamos iba medio embobada y paraba en seco en cada vidriera y se hacía muy difícil caminar. Además seguíamos con los bolsos que pesaban, yo estaba con el montgomery puesto traspirándome la vida, necesitábamos internet para coordinar con la chica del departamento y no teníamos. Hubo algunos picos de mal humor que sorteamos de alguna manera inexplicable hasta que finalmente se hizo la hora de ir a casa.

Nos encontramos con Nadia y nos mostró el departamento, nos explicó una o dos cosas que yo no registré porque tenía los ojos abiertos pero estaba profundamente dormida. Juan ya estaba pasado de revoluciones e intentaba convencerme de que yo me quedara durmiendo y él se iba a dar unas vueltas pero a mí hay dos cosas que me hacen muchísimo mal: perderme un plan o fallarle en el plan a alguien. Dormí media hora, me puse un vestido de noche y salí como si no hubiera pasado nada.

Fuimos al mercado de Santa Caterina pero ya estaba cerrando así que nos vendieron unos jugos por monedas, caminamos más y seguimos caminando y terminamos encontrando la plaza de San Felipe Neri (una plaza que ya habíamos estado buscando), un amigo me había dicho que mirara las paredes y que estuviera tranquila un rato ahí pero en un bar había una cata de vinos o algún evento similar y no pude ni mirar las paredes ni estar tranquila. La primera cerveza de la noche la tomamos en un barcito que quedaba en una esquina, el Bar Rosa. Entramos porque nos pareció oscuro y divertido y una vez dentro no había nadie e irse era medio ortiva, así que nos sentamos y bebimos. Yo caminé por el pequeñísimo bar, había una pared llena de cuadros medio barrocos, unos espejos con unos marcos ídem, un estante arriba de todo lleno de veladores antiguos con unos foquitos de muy muy poca luz. En el baño de hombres había centenares de fotos sadomasoquistas y en el de mujeres fotos de estrellas porno de hace cincuenta años. El dueño era un inglés medio antipático y la de la barra una centroamericana divina.

Barcito
Salimos en busca de un shawarma y más cerveza porque luego teníamos una fiesta en la playa a la que nos había invitado Gaby, el amigo de José que hasta ahora nos estaba guardando el resto de las maletas. Llegamos al Pasaje Juan de Borbón siguiendo la música que escuchábamos y llegamos a una fiesta electrónica que estaba por terminar, organizada por unos vieneses que pensaron que era divertido terminar la fiesta con un vals. La gente estaba un poco puesta y nosotros bastante caretas así que no fue del todo divertido pero igual se la pasa bien en cualquier lado. Nos encontramos con Gaby y su amigo que estaban vendiendo latas de cerveza y los encontramos justo justo cuando Juan le estaba comprando a uno de la competencia. Nos abrazamos y nos dieron la bienvenida (aunque les costó reconocernos). Miramos un par de personajes: una chica vestida de momia, otra semidesnuda bailando sola, muchos que se caían de borrachos, otra con tapado de piel, otros todavía con la ropa de playa. Después del vals del final mágicamente la gente desapareció y caminamos por la que da al mar tomando una cerveza helada y diciendo que esto es lo que tiene Barcelona: todo. Que puede resultar abrumadora y puede cansar y puede repetirse, pero si querés un bar tenés un bar, si querés fiesta también tenés, si querés tirarte en una plaza podés, si querés desnudarte en la playa también. Pasamos por la zona de boliches más para cuarentones solteros, para rugbiers, para reyes de la noche y adolescentes de vacaciones, para minas muy bronceadas y teñidas de rubio y para señores que usan camisas con cuello y puños en contratono.

Volvimos en subte. Tuvimos que hacer una combinación entre líneas caminando por un pasillo que, fácil, tenía trescientos metros. En el fondo un morocho con su guitarra cantaba One love y unos tipos que caminaban por ahí se paraban y le hacían los coros.

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