Ahora estoy en el cuarto de un
hotelucho comiendo queso brie, fetas de pavita, un dip de cebollas
caramelizadas y pitas y la estoy pasando bomba, pero hace trece horas pensaba
que todo pero todo lo bueno del viaje se iba a transformar en una pesadilla.
En resumen: perdimos el tren que
nos llevaba de Bruselas a Londres. Perdimos el tren por diez minutos y
perdiendo el tren perdimos 132 euros. Perdimos esos 132 euros pero además
tuvimos que pagar 280 (sí, 280) para el tren siguiente. La moraleja es: no
llegar tarde.
Nos bajamos en la estación de tren St. Pancras que a su vez es la estación de subte King´s Cross y fuimos directo a tomar la Northern Line para ir a Elephant & Castle, la estación donde más o menos queda el hotel. Antes de eso nos conseguimos un mapa de Londres, uno de las estaciones de subte y bus y cambiamos plata recibiendo una noticia espantosa: para tener 200 libras tenés que entregar 370 dólares. Como dice mi amiga Flori “El que convierte no se divierte” pero acá es inevitable no convertir y llorar. Para ir al subte pasamos por un semi shopping donde había un piano con un letrero de “Play with me” y un niñito tocándose unos temas.
Juan pasó la Oyster Card por el
molinete del subte y pasó con dos valijas y me pasó la tarjeta a mi para que
pasara yo pero me lo negó varias veces hasta que el guardia nos explicó que
tenemos que tener una tarjeta cada uno.
La Oyster Card es una tarjeta
tipo la SUBE que sí o sí tenés que comprar cuando venís a Londres porque sino
los boletos te salen recontra mil veces más caros. La tarjeta sale 5 libras y
se supone que antes de irte podés devolverla y te dan esa plata y después le
vas cargando crédito. Igual viajar en subte en Londres es caro. Cómodo, sí, pero carísimo (2,1 cada viaje).
El señor de la ventanilla que me
vendió la tarjeta me habló tan fuerte la primera vez que pensé que me estaba
retando y me habló tan fuerte la segunda que me di cuenta que realmente me
estaba retando.
Caminé al hotel diciendo cada
quince pasos “Estamos en Londres, guau” hasta que llegamos al hotel y casi me
caí para atrás: de afuera parece un colegio o la casa de estudiantes en el
campus universitario. Somos Delta Nu. Tuvimos que esperar casi dos horas para
que nos entreguen la habitación y pasar la prueba de fuego: si todo estaba bien
reservábamos el hotel para el resto de las noches que nos quedan y el cuarto
pasó la prueba: sábanas limpias, baño limpio, todo blanco. Dormimos en camas
separadas pero mejor: cada vez se siente más que no estamos acostumbrados a
pasar tanto tiempo juntos.
Juan propuso ir a Candem Town y
yo acepté sin pensarlo: hace muchísimo que quiero conocer ese lugar. Viajé en
el subte emocionada como cuando me llevan a un parque de diversiones pero
después llegué y me pasó algo horrible: no era lo que yo esperaba. Había muchos
puestos de ropa y de cosas lindas pero nada que no se consiga en cualquier otra
parte del mundo. La ropa eran unos montones de remeras con leyendas graciosas,
vestidos todos iguales, afiches de películas de hace cincuenta años pero no
afiches originales sino impresiones de las más comunes, nada era demasiado
auténtico salvo alguna tienda de discos y no mucho más. Estaba lleno de olor a
comida aceitosa y puestos de nacionalidades indefinidas y con mezclas imposibles:
“¡Wok y pizza!”, “Smoothies y burritos”. Todos ofrecían fish and chips (yo
tengo muchas ganas de comer y Juan también tenía hasta que ayer vio a una
comiendo y con su peor cara de decepción me dijo “¿Pero es eso? ¿Pescado y
papas fritas? Otra chantada más”) y nadie, pero nadie, pudo decirme dónde
quedaba el mercado original de Candem.
Nos fuimos con la esperanza de
volver y encontrar esa autenticidad que yo esperaba.
Mirando el mapa vi que estábamos
cerca de Regent´s Park y del barrio Marylebone. Fuimos a las dos cosas. En el
parque buscamos Queen Mary´s Rose Gardens y hasta encontrarlo pudimos recorrer
casi todo el parque, pudimos llegar hasta la entrada del zoológico, vimos gente
haciendo running, otros en botecito, otros andando en bici. Muchas mujeres
musulmanas con sus hijos jugando en el parque con la mezquita de fondo. Fuimos
a la mezquita. Entramos de una y cuando estábamos llegando vimos un cartel que
decía que era un lugar sagrado y que había que respetarlo, que las mujeres no
podían entrar ni en minifalda, ni con los hombros al desnudo ni con la cabeza
al descubierto y yo estaba en minifalda, musculosa y luciendo mi cabellera
interminable. Di medio paso y un guardia de seguridad se me vino corriendo y me
dio un pañuelo para la cabeza. Cuando me lo estaba poniendo llegó otro y dijo
que también necesitaba una pollera y me la alcanzó y cuando me vieron
completamente cubierta respiraron aliviados y me dejaron entrar. Adentro de la
mezquita los hombres estaban practicando El Salat. Nos quedamos mirándolos un
rato en silencio y yo pensé varias veces que ese era un nivel de fe que yo
jamás podría manejar. Un poco los admiré.
Saliendo de la mezquita y después
de devolver toda la ropa terminamos encontrando los jardines de rosas y todo lo
que había alrededor: ligustrinas que delimitaban semicírculos donde había
conjuntos de flores de diferentes gamas de colores, en uno rojos y naranjas,
otros lila, otros blancos. El pasto estaba perfectamente cortado y cada veinte
o treinta metros había una pareja apretando muy sigilosamente, como si fueran
los extras de cualquier película inglesa.
Caminamos un poco más el parque y después
terminamos el día en Merylebone, un barrio que está medio de moda, pintoresco,
lleno de esos edificios con ladrillos a la vista que a uno se le vienen a la
cabeza cuando alguien habla de vivir en Londres. Nos metimos en un super que
pensamos iba a ser carísimo pero terminamos comprando por 10 libras un
montonazo de cosas (dos tipos de pan, dos tipos de queso, pavita, yogures,
jugos, shampoo). Antes de subir al subte pasamos por Bakery Street y Juan
sonrió. A las once de la noche nos dormimos.
1 comentario:
Londres es linda, no para cualquiera, pero lo que es claro que es cara para nosotros!!! :) sigan disfrutando
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