martes, 31 de mayo de 2011
Cosas nunca dichas
El efecto tres de la tarde
Milincovic
Empezó un zapping y dio dos vueltas a todos los canales hasta dejar en un programa cuyo locutor era un histriónico con tonada neutra y cuya gráfica se componía de colores chillones como amarillo y violeta en el fondo y letras verdes y naranjas que rezaban: los videos más divertidos de animales. Pensó que de vez en cuando, un poco de televisión basura no estaba mal. “Las cinco formas más desagradables de caer de un caballo” decía el locutor y reforzaban las letras gordas que ocupaban casi toda la pantalla: una señora gorda que se sube dando saltitos a un caballo y se cae apenas el animal empieza a caminar. Un señor muy alto y flaco sobre un pony que cae de costado y mientras las risas enlatadas estallan, él se toca una costilla y algunas personas corren a socorrerlo. Una pareja de señor con camisa cuadrillé y señor con sombrero de cuero tratan de domar un caballo rebelde a las orillas de un río y terminan los dos en el agua. El caballo sale corriendo. Se distrajo pensando en lo mucho que le gustaban los caballos cuando era chica y no retuvo las otras dos formas más desagradables de caerse de un caballo. Pensó, también, en las pocas veces que había tenido la oportunidad de subirse a uno: en Parque Camet, Mar del Plata. Había ido con una amiga y los padres de ella en unas vacaciones de invierno y habían pasado casi toda la estadía repartida entre Sacoa y el drugstore de una estación de servicio. En esa época estaban de moda unos gorros largos, tipo bonetes, a rayas. Había de dos tipos: con rayas verdes, rojas y amarillas y con rayas blancas y celestes. Fue el año que se celebraron unos juegos olímpicos en el que el equipo de voley de Argentina había brillado como nunca. De repente todos eran expertos en el deporte. Hoy solamente se recuerda el nombre de Milincovic y que Milincovic era muy apuesto.
lunes, 30 de mayo de 2011
Miradas embobadas
domingo, 29 de mayo de 2011
Casas abandonadas con familias adentro
viernes, 27 de mayo de 2011
Sangrado
De ese verano no me acuerdo demasiado. En realidad, lo que me sucede es que todos los veranos en la casa de Transradio se me mezclan un poco. Supongo que debe ser la edad.
Yo no tendría más de tres o cuatro años, y ese verano estaban construyendo en el fondo del jardín un cuartito que iba a ser a la vez un lugar para guardar cosas (me encanta el genérico “cosas”) y el taller de mi papá. Lo construyeron mi papá con algunos de los hermanos de mi mamá, uno de ellos está de nuevo trabajando con mi papá, después de un período muy largo y oscuro lleno de alcohol y otras cosas que nadie quiere recordar (papá y mamá en este sentido siempre fueron, de alguna manera, los papás de todos los hermanos de mi mamá: los trajeron a todos desde Misiones y se los llevaron a vivir con ellos, los obligaron a estudiar, a trabajar y a hacer todo lo que debería hacer una persona de bien, aunque después, como siempre pasa, las vueltas de la vida hacen que cada uno haga de su vida lo que se le canta).
Estaban todos instalados en casa o al menos yo lo recuerdo así (quisiera no justificarme pero hay algo de sinceridad en lo que cuento, quisiera decirles que las cosas fueron así y punto, pero temo estar equivocándome muchísimo), y cuando digo todos estoy hablando de tíos, tías, primos y primas. Yo dormía con una de mis primas, me divertía muchísimo tener tantas visitas y movimientos en la casa, aunque no sé qué comíamos o cómo era el sistema para bañarse cuando éramos tantos. Me despertaba y por la ventana de mi cuarto podía ver el jardín del fondo y todo el ir y venir que había allá: montañas de arena, mezcla de cemento, ladrillos, señores en cuero y transpirados y muchas, pero muchas, botellas de cerveza.
Por esos días me sangraba la nariz. Todos los días a la tarde. Mamá decía que era por mi larga exposición al sol. Yo no sé qué sentía cuando me sangraba la nariz y como hace años que no me sangra tampoco sé cuál debe ser la sensación de tener algo rojo saliendo de ahí (con el correr de los años aprendí cuáles eran las sensaciones cuando sale sangre una vez por mes y no me divirtió en lo absoluto y siempre que pienso en la menstruación se me vienen a la cabeza las palabras de mi ex jefa, que decía que desde la primera vez que le había venido estaba esperando ansiosa la menopausia). Las primeras veces que me sangró la nariz, además del algodoncito, mamá me obligaba a mantener la cabeza para arriba un largo rato y eso debió haber sido el momento más deprimente de toda mi infancia: todos mis primos jugando y yo como una mamerta congelada con la cabeza mirando, no al cielo, sino al techo de la cocina.
El cuartito lo estaban construyendo detrás del ciruelo, exactamente en el vértice opuesto donde estaba construido el cuartito anterior. Y acá sí que tengo una laguna inmensa: no sé qué pasó con ese cuartito, que era minúsculo y que, por supuesto, había pasado a ser el cuartito una vez que dejó de ser baño y el baño pasó a estar dentro de la casa. Ese cuartito, el viejo, el de la otra punta del jardín, era chiquito y tenebroso. Tenía, como el que estaban construyendo ahora, techos de chapa y millones de cosas amontonadas dentro. Me daba miedo ese cuartito, aunque ese cuartito también guardaba el elemento más feliz que recuerdo de toda mi existencia: la pelopincho.
Las primeras veces que me sangró la nariz mamá hizo de mamá y me cuidó, con el algodoncito y la cabeza para atrás y luego me controló para que no corriera demasiado o no estuviera tanto tiempo al sol. Después de algunos días de sangrado repetido, mamá estaba un poco cansada de todo el procedimiento de limpiarme y cuidarme y yo estaba avergonzada porque sabía que eso que me pasaba no estaba bien y no quería que me volviera a pasar. La última vez que me sangró la nariz (me refiero a la última que recuerdo), sé que sentí que estaba pasando algo (aunque, repito, no sé exactamente cuál era la sensación) y corrí al baño porque me creí capacitada para tratarme y cuidarme a mi misma. Me paré frente al espejo del baño (un baño que tenía azulejos amarillos) y empecé a hacer lo que creía iba a parar el sangrado: sonarme la nariz. Pero en lugar de sonarme la nariz tomando un pañuelo, papel higiénico o una toalla, lo hice sin nada, y creo que también sacudí la cabeza, porque sino no se entiende cómo fue que cuando mamá entró, los azulejos y el espejo estaban manchados de sangre, al igual que mi ropa, la pileta y el piso, con algunas gotas medio resecas y pegoteadas.
No exagero. Las gotas del piso estaban resecas porque había pasado un tiempo considerable entre mi entrada, mi sonada y la entrada de mamá, y estoy segura que la llegada de mamá se debió a mi larga ausencia y a eso que dicen todos los padres de niños chiquitos: “si está tan callado, en algo andará”. Mamá me retó muchísimo ese día, me mostró infinidad de veces el lío que había hecho en el baño y siguió retándome mientras limpiaba los azulejos, mientras me cambiaba la ropa, mientras me ponía el algodoncito y mientras me sostenía la cabeza para atrás tratando de parar la sangre. Yo debo haber llorado. En esa época lo único que hacía frente a un conflicto era llorar. Bueno, esto último no cambió en lo absoluto.
jueves, 26 de mayo de 2011
Ninguna boluda
Concentración bochiana
Alerta roja
Total, me quedan tres días.
¿Yo conté acá que mi último jefe (es decir, el que tengo por tres días más) se peleó dos veces en una semana con diferentes personas por dinero? O sea: ¿que se peleó con dos personas porque les debía dinero y no quería (no que no podía, no quería) pagarles?
miércoles, 25 de mayo de 2011
La empleada que se convirtió en proveedora
martes, 24 de mayo de 2011
Cuando hablan las acciones
No sea cosa
lunes, 23 de mayo de 2011
La enana hinchapelotas
Lunes
Yo también quería mis "yo también"
Manipulador
sábado, 21 de mayo de 2011
El Chiqui
En el patiecito que estaba entre la reja y la entrada de la casa estaba Chiqui, el perro grandote y bobo que no jugaba ni saltaba ni ladraba: estaba echado ahí y apenas se movía unos centímetros si alguien lo pateaba. Al Chiqui siempre lo pateaban para que se moviera. Cuando conocí a Jorge me dijo que tenía un perro precioso que se llamaba Iki. Supongo que la alteración del nombre se debía a un deseo profundo de darle al animal oloroso un aire más sofisticado del que en realidad tenía. Una vez el Chiqui se perdió. Salió a dar una vuelta manzana, porque los animales en ese sector del conurbano pertenecen a una familia y a una vivienda en particular pero al mismo tiempo son del barrio, y nunca volvió. Fueron meses de angustia. La madre de Jorge lloraba en silencio por el perro bobo, y yo no entendía por qué haber perdido ese perro que estaba más muerto que vivo le causaba tanta tristeza. Una tarde de domingo llamó uno de los tíos de Jorge y dijo que le había parecido ver al Chiqui en el estacionamiento gigante y siempre desierto que estaba al lado de un hipermercado de San Justo. Fuimos todos a buscarlo y era el Chiqui. Estaba asustado y tirado en un rincón esperando algo que no sabemos bien qué era (podía ser que alguien fuera a buscarlo, que alguien le diera de comer o podía ser la muerte). Me acerqué a la reja del estacionamiento y grité el nombre del perro porque todos lo miraban y se decían entre ellos “Sí, es el Chiqui” con una alegría que descomponía, pero no lo llamaban a él ni iban a buscarlo: se felicitaban por haber encontrado algo que seguían dejando ahí tirado. Apenas grité el nombre del perro, la Susy me dijo que no gritara nada, que el perro estaría traumado, que podía morderme. En otras palabras: que no me metiera. Entonces le gritó ella, y yo pensé que su voz era mucho más irritante que la mia y que si el perro la escuchaba seguramente no iba a querer volver. Pero el perro se levantó con esfuerzo, como si el cuerpo le pesara más que nunca, y se acercó lentamente a la reja donde estábamos todos y nada más. Ni ladró ni saltó ni movió la cola: se echó.
viernes, 20 de mayo de 2011
Mi cumbia preferida de todos los tiempos
Salpicré de viernes
lunes, 16 de mayo de 2011
De mi trabajo nuevo
Primera carta de amor
sábado, 14 de mayo de 2011
Shampoo contra el cambio climático
Sin embargo lo compré. No sé si fueron las convincentes palabras de su promesa o su color chillón, pero hubo algo, tal vez el enano consumista, el falso precio económico, las letras brillantes, algo, no sé.
Resulta que sí. Cumple. Te proteje la bella cabellera de los cambios climáticos, y es tan meticuloso el cuidado que te tiene, que no te mete la cabeza en una caja de cristal para que el aire viciado te afecte, pero sí te genera una especie de capa protectora en el pelo que lo deja duro, sin movimiento, impermeable, sin caída ni brillo ni suavidad.
El pelo, por supuesto, no siente ni una cosquilla frente a los cambios climáticos. Qué sé yo, consuelo de tonta que tiene una escoba en la cabeza y un envase gigante de shampoo en el baño de su casa.
viernes, 13 de mayo de 2011
Existe
Hace un año me di cuenta que estaba equivocada. Que existe el amor sin sufrimiento. Sin esperas ridículas. Sin luchas de poder. Sin conflictos. Con mucha risa y compañía. Con cariño, con sexo, con verdad, alegría y pasión. Con emoción. Con silencios y charlas interminables. Hace un año me di cuenta que el amor, ese amor sin drama, existe. Un año. Como pasa el tiempo, la concha de la lora.
miércoles, 11 de mayo de 2011
Married in a year
Hablé por teléfono con una amiga y todo
Productividad
domingo, 8 de mayo de 2011
El domingo, la soberbia y otras estupideces
Decía que el problema son esos "tener que" que uno mismo se impone. Porque a mi nadie me obligó a volver a la facultad y nadie me obligó a volver a aceptar un trabajo con un horario fijo habiendo comprobado en solamente una semana que el trabajo de oficina con un horario fijo que está al borde de tener que marcar tarjeta es algo que me deprime. Esos "tener que" hacen que por momentos me autoexija y demande mucho más de lo que puedo hacer (ya no soy capaz, lo he comprobado recientemente, de preparar un parcial en una semana o mantenerme despierta a fuerza de mate y café para llegar a leer todo) y por otro lado hay una cuestión, no menor, que se contrapone a esas exigencias que me estampo en la cara como una cachetada histérica: no tengo ganas de nada más que de estar tirada leyendo alguna otra cosa, o mirando alguna serie o saliendo a caminar bajo el sol. "Tengo que" y "no tengo ganas de" se manifiestan en esto: un fastidio permanente y esta necesidad de llenar los huequitos temporales tratando de que esas obligaciones autoimpuestas se esfumen, simplemente, en un "no tuve tiempo". Que la culpa del incumplimiento no me torture un domingo a las siete de la tarde y transforme el fastidio en un odio irracional.
No hay caso. Desde anoche estoy pensando lo siguiente: que niños de diez u once años pasen por la puerta de un supermercado chino con el chino dueño hablando por teléfono en la vereda (los chinos dueños de supermercados chinos siempre están hablando por teléfono) y se burlen del señor chino con un chino inventado del estilo "cachichién" me resulta un retroceso tan grande que obscurece los otros pensamientos que tengo. Como si esos pequeños sucesos me movilizaran tanto o mucho más que una noticia en el diario. Y no puedo más que preguntarme por qué esos niños son tan burlones y de dónde viene esa manía de reírse del diferente cuando, no sólo en el fondo sino también en los aspectos más superficiales como la ropa o la manera de caminar, todos somos diferentes y nadie, pero nadie, está arriba del otro.
Me disperso mucho y hago este tipo de preguntas todo el tiempo, estoy más analítica e introspectiva: pienso mucho más qué decir sobre cada cosa y cuándo decirlo, cómo y a quién. Peco de soberbia, por momentos, cuando elaboro una idea y la comunico de la peor manera: tranquila, con tono pausado, como diciendo "callen la boca que aquí estoy yo con mis maravillosas conclusiones". Lo hago sin querer. Pienso tanto antes de hablar que cuando hablo ya pensé las comas, las pausas dramáticas y los adjetivos que sí voy a decir y aquellos que me voy a guardar. Tal vez ese, el miedo a ser un personaje soberbio, sea uno de los motivos por los cuales no estoy acá, en el blog, tan seguido, escupiendo un montón de estupideces diarias.
viernes, 6 de mayo de 2011
OJalá no pase
Por estos días
Los clichés rameros que NO QUIERO
martes, 3 de mayo de 2011
Mail recibido. Mail enviado
lunes, 2 de mayo de 2011
Mi departamento a las once de la mañana se roba toda la luz de la ciudad
Me lo tomo con calma.
Amanecí a las diez, lavé ropa, ordené un poco, tomé mates con el piyama todavía puesto.
Escribí para el blog colectivo, salí a hacer unas compras, recibí un amigo en casa: me pasó un trabajo chiquito y por lo cual, desde que se fue mi amigo, estoy trabajando.
Tranquila.
Me ofrecieron otro trabajo y de nuevo lo rechacé: está bien que esté desocupada y con ganas de trabajar pero tampoco estoy desesperada, como para trabajar mil horas por una miseria en negro. Todo tiene sus límites.
Por momentos sigo asustadísima, pero son sólo momentos: la alegría de haberme ido de la productora es cada vez más grande. El fin de semana estuve con la cabeza laburando a mil por hora, pensando contactos y armando proyectos. Estuve editando mi reel, hacía varios meses que no editaba algo que me copara y editando me di cuenta que me encanta lo que hago. Me encanta sentarme y probar cosas, buscar música, armar la estructura, mirarlo una y otra vez hasta decir sí, listo, quedó perfecto.