Pensé que era cansancio. Cansancio y calor. Hay que estar entrenado para viajar en colectivo a las seis y cuarto de la tarde, de lo contrario aparece un mal humor que no se va con nada. No había olores extraños. Iba sentada. Pero tenía cansancio, un cansancio que no me dejaba estar sentada con la espalda derecha. Me dejé caer. La cabeza sobre las rodillas, abrazando la campera que ya me había sacado porque hacía calor, mucho calor.
"Esto no es calor. A mi me está bajando la presión".
Y claro, cuando mentalmente dije "bajando la presión" tuve náuseas, y empecé a sentir la cara blanca, pálida, las ojeras violetas, las manos temblando y transpirando. Me levanté rápido del asiento, retrasando el vómito lo más posible, esquivé gente con la poca fuerza que tenía. Las piernas también me habían empezado a temblar. El bolso que llevaba colgado del hombro se caía, se deslizaba por el brazo y quedaba trabado ahí, no sé por qué, no sé cómo. La chica que estaba delante mio también iba a bajar. Yo respiraba profundo. Decía "no pasa nada no me siento mal no pasa nada no me siento mal". Se abrieron las puertas y descubrí que la chica era de esas que no tienen ningún apuro. La empujé, me miró mal, la miré mal, hubiera querido decirle "agradecé, pelotuda, que no te vomito encima" pero no dije nada: si abría la boca la bañaba en líquido ácido, de aspecto confuso y olor fétido.
Me desplomé. Posición de guerra. Doblada hacia adelante. Sosteniéndome el pelo con una mano, el bolso tirado medio para atrás, sobre la espalda. No pasó nada. Me senté. Se me caían las cosas. Me sentía blanca y fría, helada. Me transpiraban las manos, la panza, de repente el pantalón era un pegote. Ahí, cuando todas las sensaciones en mi cuerpo eran confusas, ahí, cuando no entendía nada de lo que veía y se me entrecerraban los ojos y me pesaba la cabeza, ahí pensé que la quedaba, en medio de Palermo. Y después de pensar que la quedaba, que me convertía en fiambre, en el peor y mas ruin de los fiambres, que me volvía una mortadela, un salchichón primavera, pensé otra cosa: "qué desperdicio, quedarla acá, en la vereda de este negocio de decoración tan pero tan feo, en esta vereda tan gris y genérica, tan rota y llena de pastitos que sobresalen, tímidos, sin saber si crecer o morir".
Se me acercó una señora extranjera. Me preguntó si estaba bien, y la miré como diciéndole "a vos qué te parece", pálida, transpirada y con náuseas. En cambio, le dije que sí, que estaba bien, que solo me había bajado la presión. ¿"Solo"? ¿Estaba sintiendo que mutaba a jamón y decía "solo"? "Cómo hago para aiudarte" dijo la extranjera. Y antes de contestarle. No sabía bien qué podía hacer para ayudarme, entró en escena un viejo con shorts de baño, soquetes y zapatillas tenis. "¡Te doy perfume!" me dijo el viejo y a mi me pareció simpático, porque no pensé que el perfume era para hacerme reaccionar, pensé que el viejo me estaba diciendo que olía mal. "Viejo, andá a olerte vos, haceme el favor, y después bañate en perfume". Le dije que no, y se acercó, "abrí las piernas" me dijo y yo abrí las piernas. "Bajá la cabeza", y yo la bajé. Y empezó a hacer presión, con mucha fuerza, con tanta, que al mismo tiempo que empezaba a sentir cómo recuperaba el color de mi cara también sentí que se me estiraban todas las vértebras y los músculos y quise gritarle "ahí, viejo oloroso, quedate ahí estirándome toda, que estoy tan cansada de todo que duermo mal y haciendo fuerza y estoy dura y por eso y por el dolor de muelas me baja la presión y tengo sueños horribles y dale, quedate ahí, estirame toda, sacame los dolores". Pero el viejo no me escuchó, porque en realidad no dije nada, solo le dije que ya me sentía mejor. Ahí llegó otra señora, una señora sin dientes (esto debe haber sido un preaviso de lo que me sucedería al día siguiente, recuérdenme que les cuente), y la señora sindientes me dijo lo mismo: "abrí las piernas, bajá la cabeza que yo presiono" y yo hice caso. Yo estaba entregada porque me sentía un poco mejor pero todavía sentía temblores, y tenía miedo porque estaba sola, y si me pasaba algo mas grave, qué vergüenza, yo andaba con una bombacha medio viejita. Y la sindientes se quedó ahí parada, yo sentía mi temperatura corporal un poco tirando a normal. La remera estaba mojada, qué asco, el hijo de la sindientes me convidó de su agua, y mientras yo tomaba le dijo a su mamá "má, a vos también te pasa eso, ¿no?". No tenía mas de siete años el hijo de la sindientes, y por suerte todavía tenía dientes. Y la sindientes me dijo que si no se me pasaba rápido llamábamos al SAME y a mi me dieron ganas de llorar: sola, en la calle, transpirada, desplomada en una vereda fea, sintiéndome como el orto, con una bombacha horrible. Lo único que me faltaba era terminar en un hospital. "No, ya me estoy sintiendo mucho mejor (señora sindietes), no se preocupe". Y se fueron: el hijo condientes y la vieja sindientes me saludaron, les agradecí mucho la ayuda, y se fueron.
Apoyé la cabeza contra la pared donde estaba sentada y respiré profundo. La gente que hacía la cola para tomarse el coloectivo me miraba de reojo. Yo sentía un viento de verano dándome en la cara, devolviéndome la salud, trayéndome de una patada al mundo de los mortales que salen de trabajar y tienen que subirse a un colectivo a las seis y cuarto de la tarde. Ya no era mas un jamón.
Una chica de jogging, desde la cola del colectivo, me gritó si quería un caramelo. Le dije que sí, no sólo porque eso iba a terminar de mejorarme, sino porque en ese tipo de gestos veo una dulzura y una necesidad de ayudar, de hacer lo que sea para ver al otro bien que imposibilita decir "no". Le dije que sí al caramelo, le diije que sí al agua del nene, le hice caso al viejo oloroso y a la vieja sindientes. Ellos querían ayudarme, yo no podía negarme a eso.
Me levanté, y sacudí el pantalón. me até el pelo y caminé, mientras masticaba el caramelo de ananá despacio. Miré para atrás, miré a esos que hacían la cola del colectivo y habían tratado de ayudarme. Ellos también me miraban.
Paré un taxi y me subí. "Vamos despacio, por favor, no me siento nada bien. Tengo un dolor de muelas que me está matando".