Soñé que estaba en esa casa, en ese cuarto, en esa cama. En esas sábanas manchadas de sangre. En la oscuridad de la noche. La ventana estaba abierta y yo miraba hacia afuera y tenía frío pero me quedaba inmóvil. Sentía que podía mirar el viento entrar, que podía sentir cómo me cortaba la cara al medio. Era una cuchillada de aire helado. Y pensaba que nunca jamás en la vida había sentido un viento tan helado partirme la cara de esa forma y pensaba que nunca jamás en la vida había estado partida en dos. Y pensaba, por último, cómo iba a hacer a partir de ahora, dividida en dos, para oír bien, para ver bien, para respirar bien. Imaginé la cara abriéndose como una flor macabra, el ruido de los huesos crujiendo primero, rompiéndose después. Una cabeza prolijamente cortada en dos: un ojo, un oído, media boca y media nariz. Una cabeza abierta, todavía enganchada al cuello. No había sangre chorreando, el cerebro de gelatinoso intacto en su lugar. Y la imagen no me asustó. Me vi caminando con media cabeza colgada para el lado de cada hombro, colgando y rebotando mientras yo paseaba por las calles de una ciudad desconocida y una mitad miraba y registraba imágenes y sonidos y la otra mitad registraba algo completamente diferente. Era como tener dos inteligencias diferentes, dos gustos, dos deseos, dos mundos posibles. Dos personalidades adosadas a un mismo cuerpo. Me desperté pensando que no era tan mala idea.
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