Objetivamente, yo era linda.
Objetivamente significa: tenía
una altura normal, un peso que no era ni mosca ni ballena, buen pelo, lacio,
largo, rubio, sin teñir. Tenía medidas importantes pero armoniosas. Pero tenía:
mala onda, mal humor crónico, un cansancio que no se iba con nada, timidez y un
sentido del humor que me causaba gracia solamente a mi.
Algunas veces dijeron de mi
justamente eso: que estaba buena pero siempre decía que estaba cansada. Que
estaba buena pero siempre de mal humor. Que estaba buena pero era demasiado
tímida. Demasiado callada. Demasiado oscura. Una vez, incluso, un profesor me
dijo, delante de toda la clase: “Vos por ejemplo, sos linda, pero siempre estás
sentada en posición de indio y con la espalda encorvada, se nota que tu
autoestima está por el piso”. Fue uno de los momentos más vergonzosos de mi
carrera universitaria.
Yo sabía que, objetivamente, era
linda. El problema era que yo ni me creía linda, ni me veía linda, y hacía todo
lo que estaba a mi alcance para que nadie pudiera verme linda.
Siempre pensé que el problema era
de actitud. Yo tenía todo para ser linda pero me esforzaba en afearme. Hace
poco me pasaron un estudio de
Dove en el que
se habla de la luz propia. Que la belleza es tener luz propia. Y que la luz
propia no es andar con un reflector en la cabeza sino tener, además de actitud,
ganas, voluntad, alegría. Es tener chispa y ser ocurrente, no tener miedo al
qué dirán, no callarse para evitar el ridículo. Es tener energía. Contagiar la
energía a los demás. Ser independiente. Sentirse bien para que te vean bien. Es
irradiar luz. Ser luminosa.
Yo estoy aprendiendo. Ya no tengo tanto
mal humor (o al menos puedo controlarlo para no joderle la vida a los demás) y
las horas que duermo me alcanzan para decir que “estoy bien” en lugar de “estoy
cansada”. Me acostumbré a sentarme derecha y a hablar en voz alta y decir lo
que quiera decir sin que me importe demasiado si al otro le parece una
estupidez. Y todo esto, aunque parezca un discurso motivacional, me ayudó,
principalmente, a quererme mucho más. Y a darme cuenta que todo, absolutamente
todo, parte de quererme a mi.